lunes, 26 de noviembre de 2018

LA LLEGADA.






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El avión aterrizó como la mayoría. Sin embargo el vuelo continuaría. En el aeropuerto preguntó por el enlace con el metro de la ciudad. Era algo distinto llegar a un lugar y viajar por sus entrañas. ¿Cómo sería la ciudad bajo la luz del día? Ya tendría tiempo para sentirla. A mitad de un periódico gratuito, llegó a su destino. El nombre lo había leído en un texto de Galdós cuando estudió literatura española. Salió a la plaza y preguntó por el nombre de la calle. ¡Al fin!, se dijo. Llamó al timbre. Una señora con el pelo blanco y mellada le ensañaba el estudio. Una vez cumplido lo correcto y dándole las lleves junto a los recibos de la fianza y del mes corriente, la señora abandonó el escenario. Dejó su equipaje, se quitó la mochila y echó otro vistazo al pequeño piso; abrió el gran ventanal de doble balconada. Al poco, bajó a una miscelánea regentada por unos chinos y compró lejía, guantes, estropajos, desinfectantes y una pizza para hacer en el microondas. Después de limpiar la pequeña cocina y el baño, se sentó. Miraba su nueva casa como un objeto al que ya había quitado el envoltorio. Sacó de su maleta algunos objetos; ceniceros, pequeñas esculturas, unos libros y una lámina. La luz que entraba en la casa era clara e intensa y tuvo que buscar el lugar para colocar el dibujo. En un momento se decidió y, con cuatro chinchetas ubicó la litografía. Aquello era otra cosa. La casa decía algo diferente y con unos toques simples la había dado la respiración. Entonces la sintió viva. Sacó del microondas su pizza y comenzó a comer frente a la lámina que con aquella luz cobraba la intensidad que debía tener la obra cuando el pintor la plasmó sobre el lienzo. O eso pensó. Sacó de la mochila su cuaderno de notas y comenzó: “El día se mece por la luz clara que la pincelada amplia chorrea sobre la arena, sobre la marea sin aventura alguna. En una cara, sobre un dorso desnudo, el sol como ara de su fin. El amarillo en pelea con el azul en mar de la “solea”, con la barca sobre la playa para fijar el deslumbrador realismo de un pulso, de un sentir mediterráneo, barroco. ¡Luminosa pintura que recuerdan los veranos de la infancia desnuda! Claridad impregnada por dos fuertes manos......" 
El sueño venía en su busca, pero no debía dejarse atrapar. Una vez ordenadas sus ropas y las cosas que tenían que ver con su casa, se dio una ducha y sin más dilación se conectó a la red. Luego escribiría algo.



Madrid, 2012.