martes, 30 de mayo de 2017




Resultado de imagen de fotos de calle amaneciendo



Cuatro cascos de caballos
retumban en la calle.
Cuatro cascos.
Uno; raíz mía
que me abrasa.
Los tuyos; del otoño la uva,
y dos rotos carbones
en almíbar de tu pelo.

Cuatro cascos; una calle,
un eco, y dos sarmientos
a lo vivo del viento
en color de poniente
como fruto sentido.

Cuatro aromas de calle.
Cuatro aromas.
Dos; embriagadores por silentes
de nocturnidad y de paga.
Tú, ese gel marcado
de cama ajena,
de avío y guisa.
El otro;
lo que nunca me preguntas.

Cuatro cascos de caballos
retumban en la calle.
Cuatro cascos.
La Luna cae, las gentes
van y van, ahora sí,
como nuestra fue la calle.



DE " El jardín de Mnemósine" 2007

viernes, 19 de mayo de 2017


Resultado de imagen de fotos mirada de ciudad desde un taxi




DESDE UN TAXI.



¿Qué pasará tras las ventanas de esta ciudad de hormigón y cristal? Los periódicos sucumben cada mañana ante tanto caos. ¡Qué horror! Y de aquellas personas que nacen sin poder agarrarse a unas tetas que los amamanten ¿Qué? ¿Dónde están? ¡Qué perdón tan inmenso tendría que pedirles! Gentes que se mueren, se mueren y se mueren de hambre. Es una verdad como un templo de verdad.
Comienza a llover. Me gustaría no ser ONU y llevarme estas gotas
de agua para empapar las tierras de barbecho eterno y ser trigo, arroz, alimento para el hambre. Entonces me comportaría como un humano, me reconocería en la parte del espacio original aún sin estercolar para la mente del Hombre. El individuo se abre al gran Cosmos, a la conquista de otros planetas – no sé el por qué –,
mientras aquí, a mi lado, en el susurro que escuchan mis oídos, me
piden, con su último brío, una mirada compasiva y mi corazón en
danza. Sin embargo continúo mirando las ventanas de esta ciudad
de hormigón y cristales que se resquebrajan.

miércoles, 17 de mayo de 2017


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El desasosiego de Yulisa era evidente. Después de varias horas en la cola del Registro Civil, bajo una gélida niebla, la farragosa burocracia para poner en orden sus papeles acabaron por quitarle la ilusión de seguir en España. Con el frío coagulando su sangre entró en un bar. Sola, con un café con leche y un bollo, pensaba en su futuro, algo que no era oportuno pues, con las fuerzas en sus pies helados, la desesperanza se adueño de ella y sentía que su esfuerzo no valía la pena prolongarlo. Con el cuerpo un poco más hecho a la baja temperatura, salió del bar y se dirigió de regreso a su trabajo. En el metro, una pareja de emigrantes discutían de manera vehemente. Los gritos de la discusión eran los protagonistas para los usuarios de vagón. De repente, de detrás de la pareja apareció un niño de unos dos años. El chaval se escondía entre las piernas de los padres con evidente gesto de susto. Yulisa se acercó a él y comenzó a hablarle con dulzura a la vez que le hacía alguna que otra carantoña. Los padres seguían discutiendo como si nada. Yulisa cogió al niño y lo sentó sobre sus piernas. Los padres la miraron con desafío y cogieron a su hijo. El pequeño comenzó a llorar. La estación de Yulisa era la próxima. Al salir del vagón le dijo; ¡adiós bonito! ¡Qué cara más linda!
Una vez en la calle, lo que había visto en el vagón de metro le recordó tiempos pasados de su vida; - ¡Qué horror Dios mío!, -pensó. Al hablar consigo misma, se preguntó si el sacrificio que ella estaba haciendo tenía sentido a pesar de todos los sinsabores que había pasado y que tendría que pasar. No quería que sus hijos se volvieran a sentir en un ambiente desestructurado y violento, aunque para conseguirlo tuviera que estar separada de sus
vástagos el tiempo que hiciera falta.
Después de hacer las faenas de su trabajo, sacó de su bolso todos los papeles que tenía que gestionar para regular su situación y la de sus hijos es España. Los leyó despacio y en una libreta fue apuntando qué trámite iba antes que otro para no perder tiempo ni dinero. Al terminar de rellenar algunos impresos se limitó a que
las horas pasaran, por la deferencia horaria, para llamar a casa de
su madre y poder hablar con sus hijos.
Yulisa salió del locutorio con los ojos vidriosos: - es el frío
de Madrid, - me dijo. El disimulo no coló. Bajó la mirada y con
un pañuelo se limpió la nariz. El frío apretaba y el día había sido
muy largo para Yulisa. – Me subo y me duermo pronto. Estoy
cansada,- aseveró sin más. A la mañana siguiente la fiebre y una
fuerte afonía no la dejaron hablar. Pasarían tres días hasta que la
volví a ver.




Madrid, noviembre de 2012.





De "Relatos de Yulisa" 2012

martes, 9 de mayo de 2017


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Un cuaderno y un par de bolígrafos. – Voy a escribir mi historia; - dijo Yulisa muy segura. Lo cierto es que la tarde era de esas que invitaba a refugiarse en el abrigo de las palabras. Las farolas medio se bosquejaban en la fría y penetrante niebla de Madrid. -¿Y cómo vas a empezar?; - le sorprendí. Me miró y después de una pausa, me contestó; - pues desde el principio. ¿Cómo quieres que empiece? – Buena idea;- aseveré. Y sin más, Yulisa comenzó a contarme su proyecto de novela. Con tantas idas y vueltas en las historias que Yulisa me estaba contando para que viera que tenía tema para escribir, el tiempo se nos echó encima. De repente. Y más corriendo que deprisa llegamos justos a la hora en la que Yulisa tenía que estar en su trabajo para hacer la cena. – ¡Adiós! Nos vemos; - se despidió.
Unos días más tarde llamé a Yulisa para verla. Quedamos en un lugar habitual. Esa tarde no iba a ser diferente a otras. Tuve que esperar unos minutos; - Lo siento. No pude venir antes; - se disculpó. Dejó el cuaderno sobre la mesa y me invitó a que le echara un vistazo. – Es lo que he escrito durante estos días.
Llévatelo a tu casa y ya me dirás que te parece; - me dijo. Está bien; - contesté. Sin embargo noté en la cara de Yulisa una ansiedad porque leyera lo que había escrito que cogí el cuaderno y me puse a leer de forma rápida. Mientras leía, de vez en cuando, miraba a Yulisa. Ésta se sonreía. Parecía que le gustaba que leyera su escrito. Cuando terminé de leer sus letras le dije, de manera sincera, lo que me parecieron. Ella se sorprendió y con un gesto casi invisible, me di cuenta de que me pedía ayuda para enfocar su historia. Hablamos de ello y durante la conversación su mirada no dejaba de agradecerme lo que le estaba diciendo. Eso me
reconfortó. Al día siguiente le devolví el cuaderno con unas anotaciones a modo de opinión. Yulisa las leyó y no dijo nada
sobre el tema.
Hoy, un rato antes de trazar este pequeño relato, me ha dado otra parte de su novela. – Escribo sólo en mis ratos libres; - me dijo. Los párrafos leídos eran muy duros para recordarlos en momentos de asueto y esos sólo se podían escribir al sentirse total y profundamente embriagada en una profunda soledad o en la mayor de las tristezas, si bien por otra parte sería posible al vomitar la rabia, las frustraciones que Yulisa tiene vulcanizando sus sangres. Siempre la escritura es una forma de terapia y Yulisa tendrá un motón de páginas que escribir para liberarse del dolor que la carcome y sé que pronto pondrá el punto y final a su novela.



Madrid, noviembre de 2012.





De "Retratos de Yulisa".2012

viernes, 5 de mayo de 2017




Resultado de imagen de FOTOS DE AMIGAS AYUDANDOSE






Yulisa paseaba, ya a la tarde casi arropada, de forma grácil. Se sentía la protagonista de un sueño. El aroma de la lluvia caída aún preñaba el aire y la temperatura era agradable. Los pasos de Yulisa apenas hollaban la tierra que parecía recién igualada. Al cabo de unas calles se encontró con una amiga. Ésta lloraba y al verse delante de Yulisa escondió sus lágrimas con las palmas de sus manos. Sentía vergüenza. Las dos amigas se fueron hasta un margen lejano de la misma calle y allí estuvieron intercambiando frustraciones y ayudas. Al poco, un hombre venía gritando un nombre de mujer. Parecía buscarla como un loco de ira. Las gentes de la calle se apartaban del hombre que no dejaba de vocear amenazas, de mirar sangre. Las dos amigas corrieron hasta ocultarse en la siguiente esquina. Yulisa sentía temblar el cuerpo de su compañera; ¡cálmate cariño! ¡Cálmate! No te pasará nada.
Las voces del furibundo las sentían cada vez más cerca. En un momento Yulisa se asomó por la esquina y sin más pausa que su
respiración, se encontró con la mirada del hombre de su amiga. Ésta sintió el espasmo de Yulisa y sin pensarlo, por instinto, se agachó y se puso detrás de ella. Había poco tiempo. Debían hacer algo; ¡Calla! ¡Calla!, - le dijo Yulisa a su amiga. El correr y el jadeo del hombre lo sentían ya. Yulisa dio unos pasos y se apareció en la carrera del hombre. Éste se detuvo. Las voces de cólera, los gestos de amenaza e incluso los empujones, Yulisa los aguantó y poco a poco el hombre, borracho de posesión y de alcohol, se calmaba. Las palabras se abrieron paso y dejaron a las voces. El hombre miraba a Yulisa con lascivia de la propia lascivia, con esa mirada amenazadora y a la vez muy segura de conseguir, sea cuando fuera, lo que tenía delante. El hombre echó un trago de la botella hasta vaciarla. Señaló a Yulisa con ella de manera desafiante antes de romperla. Metió las manos en los bolsillos. Encontró cincuenta pesos. Volvió a señalar a Yulisa, esta vez con un dedo, y relamiéndose con perversidad en su mirada a Yulisa, comenzó a alejarse muy despacio. Yulisa esperó y cuando el hombre desapareció tres esquinas más arriba, fue en busca de su amiga y se la llevó a su casa.
Aquella noche, Yulisa estuvo pendiente de su amiga y no la dejó ni un instante. A la mañana, le dio unos pesos y la acompañó hasta la parada de autobuses para que se fuera a casa de su madre. 
Al cabo de unos años, ya en Madrid, en un día gélido de febrero Yulisa caminaba cerca de El Retiro. Un vaso de leche era todo lo que su cuerpo podía quemar. Se dirigía a su nuevo trabajo como interna de servicio en una casa. De repente los ojos de Yulisa brillaron de alegría; ¡Evangelina! ¡Evangelina! Al otro lado de la calle estaba aquella compañera de su pueblo a la que salvó de una segura paliza y quizá de un forzamiento. ¡Evangelina! ¡Evangelina!, - volvió a desgañitarse. La amiga dio unos pasos hacia Yulisa, pero se detuvo en mitad del paso de cebra. Evangelina miró a Yulisa y al verla delgada como una caña y con una maleta a sus pies, se dio media vuelta y marchó por la calle alejándose de Yulisa. Ésta se quedó, al lado del semáforo, con su maleta y con una sensación de abandono que le rompía el corazón. Sin embargo, después de unos instantes, Yulisa sacó de unos de los bolsillos la dirección de su nuevo trabajo, cogió su maleta, se tragó su decepción, y se fue en busca de su nuevo destino.
Meses más tarde, una noche de de verano, Evangelina y Yulisa se encontraron por casualidad en la concurrida Plaza de Cuatro Caminos. Esta vez hablaron y aunque Yulisa continuaba 
desencantada con su antigua compañera, sacó de su bolso, a pesar de su escasa economía, veinte euros y se los dio a Evangelina, para que al menos pudiera comer al día siguiente. Nunca más se volverían a ver.



Madrid, 5 de noviembre de 2012.





De "Retratos de Yulisa".2012

jueves, 4 de mayo de 2017







-¡Venga a sentarse Mami! Gritó Yulisa desde la puerta de la casa. El olor a tierra mojada impregnaba el ambiente aún cálido de la tarde que ya tocaba a su fin. Las dos se sentaron. Estaban una frente a la otra y Yulisa cogió las piernas hinchadas de su madre, se las puso sobre las suyas y comenzó a masajearlas, despacio, muy despacio. Mami opuso alguna resistencia, pero ante la insistencia de su hija y luego de sentir un alivio en sus cansados pies, se relajó. Su rostro mostró un bienestar que se afirmó en la sonrisa que regaló a Yulisa. Ésta siguió frotando, con sus dedos generosos de crema, desde las rodillas hasta los dedos de los pies, las carnes abultadas de su querida madre, a la vez que una entrecortada conversación asomó entre ambas; que si las cosas de la casa, que si las niñas estaban creciendo, que si el “macho” iba bien en su aprendizaje, que si patatín o que si patatán. Madre e hija estaban tan sumergidas en sus cosas que sin darse cuenta crearon un ambiente que por unos instantes las alejó de la más cercana y cruda realidad. En esos momentos la emigración y la separación de su familia que Yulisa sufría, desde hacía siete años, se diluyó en el contundente brillo de sus ojos y la soledad que Mami sentía al ver a algunos de sus hijos ganase la vida fuera de su país, se evaporó al mirar a Yulisa y sentirla tan cercana, tan de verdad, mientras su hija continuaba acariciando sus inflamadas y cansadas piernas.
De repente un aguacero apareció como una cortina y sin más las separó de aquél mágico instante, aunque las dos se sabían del amor que se tenían. Mami, casi sin pensarlo, volvió a la cocina ya que la hora de la cena acechaba los estómagos de la familia. Yulisa, sin embargo, se quedo bajo el fuerte chaparrón para empaparse como sólo sabe ella, aunque esta vez no dejo de mirar a su madre mientras ésta entraba en la casa. Yulisa aprovechó las gotas de lluvia sobre su cara y dejó bajar por sus mejillas unas lágrimas de emoción, de recuerdo, de añoranza. Pero Mami, antes de entrar en la casa, se volvió, miro a Yulisa y supo de inmediato lo que sentía su hija, por muy empapada que la viera. Sin embargo ella, luego de entrar en la cocina, cogió unas patatas, comenzó a pelarlas y en su silencio se tragó, con su valentía de siempre, las lágrimas que durante tanto tiempo la acompañaba. 
La noche se volcó entre los nubarrones que continuaban mojando la tierra. Durante la cena Yulisa miró a Mami y supo que ésta la vio llorar. Un boceto de sonrisa las unió y entendieron que a pesar de la distancia jamás se sentirían la una sin la otra.






Madrid, 6 de octubre de 2012 




De "Retratos de Yulisa".2012



martes, 2 de mayo de 2017


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La algarabía de la fiesta de Lisa se diluyó como la luz del Sol, aunque a lo lejos, en el jardín, todavía se oían las risas y las voces de las niñas jugando. Yulisa, luego de recoger vasos y platos, ordenó el mapa de la casa y de forma cansada, pero grata, cogió una silla y se sentó frete a su casa. Los ojos de Yulisa brillaban como casi siempre, pero esa noche lo hacían por el regocijo que sentía al estar con su familia.
Un aire preñado de aromas besaba la cara de Yulisa y ésta lo respiraba tranquila y gustosamente. Aquella paz que Yulisa sentía le abrió un pensamiento de melancolía, quizá por la distancia a la que quería ir, del que no sabía si salirse o si dejarse llevar, pues
sentimentalmente sentía que ella aún era un rompecabezas. El sueño hacia por Yulisa, pero todavía debía esperar a sus hijas para acostarlas y darles el beso de buenas noches que, durante un año pasado, tatas veces se convirtió en lagrimas tragadas a soplos de impotencia y soledad, de necesidad de los suyos en un país extranjero. Pero Yulisa, impulsada por el recuerdo que sentía en una pequeña parte de su corazón, cogió el móvil y mandó un mensaje: - La fiesta bien. Con mi familia junta después de tanto
tiempo. Estoy contenta. Yo me duermo. Besos. Te echo de menos.
El cansancio de los juegos trajo a las niñas en busca de su madre para que las acostara. Yulisa, con sus niñas a ambos lados, cerró los ojos y esperó a que su peso huyera de sí misma. Quizá hubiera querido que su añoranza no la acompañara entonces, ya que en su interior deseaba que el destinatario del mensaje estuviera allí, en su casa, arropando a sus hijas con las últimas palabras de un cuento y a ella con esos besos que mandó desde la sensualidad del aire de su tierra, de su aire más que nunca, y que la amaba por naturaleza.



Madrid, 22 de septiembre de 2012.







De "Relatos de Yulisa". 2012


lunes, 1 de mayo de 2017








Resultado de imagen de FOTOS DE AÑORANZA DE HIJOS
Yulisa no dejaba de ver su móvil. En su cara, el gesto de melancolía se descolgaba por una sutil lágrima. Con uno de sus dedos pasaba, muy despacio, las fotos de Yimi, “su macho”, las de Lisa y las de Isi. Echaba de menos a sus tres hijos. – Son una bendición. ¡Mira cómo son! ,- dijo a la vez que esbozó una leve sonrisa. Para Yulisa, ver esas fotos, era una terapia que la reconfortaba, aislándose por unos minutos del gasto psicológico que le producía la ausencia de sus hijos, la separación de ellos, aunque ésta afloraba cada vez con más fuerza, apuntalando la idea de que pronto tenía que volver a su lado, ya que día a día se daba cuenta de que la necesitaban perentoriamente.
Aquella misma tarde, ya cuando el sol no apretaba, Yulisa bajó a la calle dirigiéndose al locutorio para llamar a su casa de Ázua. Habló con sus tres hijos y con su madre. Pagó su llamada y cuando volvía para la casa donde trabajaba, me encontré con sus ojos que, a pesar de todo, aún brillaban. Nos sentamos en las sillas de una terraza y charlamos de todo un poco. Sin embargo Yulisa, entre sorbo y sorbo del refresco, no dejaba de contarme cosas de sus hijos. Sus palabras estaban llenas de orgullo, de sacrificio, de saberse estar haciendo algo bien por ellos y también estaban cargadas de cierto peso por saber si era suficiente. Se preguntaba si merecía la pena que sus hijos se estuvieran criando lejos de su madre, que la vieran una vez al año en el mejor de los casos. Rápidamente, con el optimismo con que vivía todos los días, Yulisa se dio cuenta de que el dinero que enviaba a su madre para la cría de sus hijos era necesario, ya que la condición de su vida lo exigía así. La conversación tomó otro rumbo y entre risas la luna apareció por un extremo de la ancha avenida.
La acompañé hasta su portal; - ¡hablamos!,- se despidió. Yulisa se dio una ducha y se acostó. Cogió su móvil y volvió a ver las fotos de sus hijos. 
A la mañana siguiente: “el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura ”,- me dijo el ordenador de la operadora de llamadas. Seguro que  el móvil estaría sin batería.



Madrid, junio de 2012.