viernes, 5 de mayo de 2017




Resultado de imagen de FOTOS DE AMIGAS AYUDANDOSE






Yulisa paseaba, ya a la tarde casi arropada, de forma grácil. Se sentía la protagonista de un sueño. El aroma de la lluvia caída aún preñaba el aire y la temperatura era agradable. Los pasos de Yulisa apenas hollaban la tierra que parecía recién igualada. Al cabo de unas calles se encontró con una amiga. Ésta lloraba y al verse delante de Yulisa escondió sus lágrimas con las palmas de sus manos. Sentía vergüenza. Las dos amigas se fueron hasta un margen lejano de la misma calle y allí estuvieron intercambiando frustraciones y ayudas. Al poco, un hombre venía gritando un nombre de mujer. Parecía buscarla como un loco de ira. Las gentes de la calle se apartaban del hombre que no dejaba de vocear amenazas, de mirar sangre. Las dos amigas corrieron hasta ocultarse en la siguiente esquina. Yulisa sentía temblar el cuerpo de su compañera; ¡cálmate cariño! ¡Cálmate! No te pasará nada.
Las voces del furibundo las sentían cada vez más cerca. En un momento Yulisa se asomó por la esquina y sin más pausa que su
respiración, se encontró con la mirada del hombre de su amiga. Ésta sintió el espasmo de Yulisa y sin pensarlo, por instinto, se agachó y se puso detrás de ella. Había poco tiempo. Debían hacer algo; ¡Calla! ¡Calla!, - le dijo Yulisa a su amiga. El correr y el jadeo del hombre lo sentían ya. Yulisa dio unos pasos y se apareció en la carrera del hombre. Éste se detuvo. Las voces de cólera, los gestos de amenaza e incluso los empujones, Yulisa los aguantó y poco a poco el hombre, borracho de posesión y de alcohol, se calmaba. Las palabras se abrieron paso y dejaron a las voces. El hombre miraba a Yulisa con lascivia de la propia lascivia, con esa mirada amenazadora y a la vez muy segura de conseguir, sea cuando fuera, lo que tenía delante. El hombre echó un trago de la botella hasta vaciarla. Señaló a Yulisa con ella de manera desafiante antes de romperla. Metió las manos en los bolsillos. Encontró cincuenta pesos. Volvió a señalar a Yulisa, esta vez con un dedo, y relamiéndose con perversidad en su mirada a Yulisa, comenzó a alejarse muy despacio. Yulisa esperó y cuando el hombre desapareció tres esquinas más arriba, fue en busca de su amiga y se la llevó a su casa.
Aquella noche, Yulisa estuvo pendiente de su amiga y no la dejó ni un instante. A la mañana, le dio unos pesos y la acompañó hasta la parada de autobuses para que se fuera a casa de su madre. 
Al cabo de unos años, ya en Madrid, en un día gélido de febrero Yulisa caminaba cerca de El Retiro. Un vaso de leche era todo lo que su cuerpo podía quemar. Se dirigía a su nuevo trabajo como interna de servicio en una casa. De repente los ojos de Yulisa brillaron de alegría; ¡Evangelina! ¡Evangelina! Al otro lado de la calle estaba aquella compañera de su pueblo a la que salvó de una segura paliza y quizá de un forzamiento. ¡Evangelina! ¡Evangelina!, - volvió a desgañitarse. La amiga dio unos pasos hacia Yulisa, pero se detuvo en mitad del paso de cebra. Evangelina miró a Yulisa y al verla delgada como una caña y con una maleta a sus pies, se dio media vuelta y marchó por la calle alejándose de Yulisa. Ésta se quedó, al lado del semáforo, con su maleta y con una sensación de abandono que le rompía el corazón. Sin embargo, después de unos instantes, Yulisa sacó de unos de los bolsillos la dirección de su nuevo trabajo, cogió su maleta, se tragó su decepción, y se fue en busca de su nuevo destino.
Meses más tarde, una noche de de verano, Evangelina y Yulisa se encontraron por casualidad en la concurrida Plaza de Cuatro Caminos. Esta vez hablaron y aunque Yulisa continuaba 
desencantada con su antigua compañera, sacó de su bolso, a pesar de su escasa economía, veinte euros y se los dio a Evangelina, para que al menos pudiera comer al día siguiente. Nunca más se volverían a ver.



Madrid, 5 de noviembre de 2012.





De "Retratos de Yulisa".2012

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