domingo, 3 de diciembre de 2017







La rigidez no es mármol sin gubia,
no están en las rocas salvajes de los horizontes,
ni se alinea dentro de los huesos
de los muertos,
no se escapa por el extremo del pene
ni se sustenta en el óxido antes fundido,
no es el clavo del desnudo frío
atravesando la piel de los vivos,
tampoco sotanas a cercén de hálitos
desde los escalones fundamentalistas de los púlpitos.
No habita las paredes
que tras un cerrojo se descomponen,
no es la resistencia del grillete
a la largura de un paso,
ni es el alquitrán gélido
ante el perfil de una huella,
no es la raíz del pino que clava su vida
hasta lo profundo de la tierra,
ni la tabla de logaritmos
que no dejan más cánones que sus propios guarismos.

La rigidez está en la mirada - cuando vemos -,
de nuestros ojos de bronce,
en el tintineo del dinero sobre el cristal de un platillo ajeno,
es el hongo engullidor de una bomba,
se incrusta en el silbido de una bala sanguinosa,
está en la congoja de una despedida impuesta,
es un rostro de un niño sin sonrisas,
se encierra en una mano hecha puño que golpea,
está en la amistad manipulada,
se hace lanza en una cama abandonada.
Se alimenta de la ausencia de palabras,
crece dentro del segundo en el que no se deja residir,
está en el secuestro del individuo
por la globalización predadora, ávida sólo de beneficio dinerario
que el hambre de un hermano da.

La rigidez es saber de la penuria de un extraño
y ejecutarla - lo antes posible - , por causa sumarísima,
aun del sufrir del extraño.
Ella está en los genes que, de los pilares
más primarios, aún encadenan a todos los de apellido <humano>.







De " Palabras de tinta y aire" Madrid, noviembre de 2007-

domingo, 22 de octubre de 2017





 

Si la vejez se marcara
en la profunda arruga
de la palma de una mano.
Si la vejez se parara
en el reloj que se lega
al nieto que florece.
Si la vejez no caminara
apoyada sobre el bastón
tembloroso de un infortunio.
Si la vejez no bajara
los párpados al reflejo
de unos lagrimales desbordados y grandes.
Si la vejez no se encuedrara
en la mirada, futura aún,
en la añoranza de una joven lejanía.
Si la vejez no se endulzara
con los rayos de sol como miel
de su refinado paladar.
Si la vejez fuera no desprenderse,
si tasador de propiedad,
de lo ya poseído.

Si la vejez no se moviera
en pies arrastrados, lentos,
descompasados al girar de la tierra.
Si la vejez no tuviera los ojos
en vigilia de gorrión incómodo
por temor al salto oscuro.
Si la vejez no oliera
a tiempos y humores amarillos,
a piel asustadiza de la luz.
Si la vejez no borrara
sus escasos presentes
entre soñolientos equilibrios de orejas y cuello.
Si la vejez no rompiera
los pulsos de venas y caderas
por el peso de cometas y estrellas.
Si la vejez no amedrentara
a los hijos, que sobre las rodillas
en risas, cabalgaron aventuras al trote.
Si la vejez enarbolara
su valentía de conquista,
de alumbrar nuevos mundos.
Si la vejez saciara
el pozo hondo de la vida
sería el punto justo de donde partiría la muerte.

Si la vejez,.... Si mi vejez hubiera
sido todo eso. Si yo.......
Me siento un sombrío bodegón
de cansancio, de rutina, de hastío.
Yo no quiero consuelo repetitivo.
Si la vejez.....
¡Qué hermosa será la vejez cuando me sepa viejo!




Madrid, 14 noviembre de 2005.

martes, 19 de septiembre de 2017





EL OLVIDO.



Desde la casilla alta de lo más efímero
saltas a lo intrínseco de la sábana
para verdecer, y sobre la ufana
línea de mi vida, en lisonjero
trueno, que fútil de ti, es mensajero
de largo eco, de instante que ya emana
veneno y carne, y del dolor la cana
punzante para mi llanto primero.
Tu momento, viento abierto y ligero,
se hace escultura fría; fino alfiler
que penetra el esbozo todo eterno.
Tú solo, en ramos púrpuras, etéreo
consciente para mis lugares de ver,
fuego que me evapora cara al tiempo.




De "El jardín de Mnomósine" 2007

martes, 30 de mayo de 2017




Resultado de imagen de fotos de calle amaneciendo



Cuatro cascos de caballos
retumban en la calle.
Cuatro cascos.
Uno; raíz mía
que me abrasa.
Los tuyos; del otoño la uva,
y dos rotos carbones
en almíbar de tu pelo.

Cuatro cascos; una calle,
un eco, y dos sarmientos
a lo vivo del viento
en color de poniente
como fruto sentido.

Cuatro aromas de calle.
Cuatro aromas.
Dos; embriagadores por silentes
de nocturnidad y de paga.
Tú, ese gel marcado
de cama ajena,
de avío y guisa.
El otro;
lo que nunca me preguntas.

Cuatro cascos de caballos
retumban en la calle.
Cuatro cascos.
La Luna cae, las gentes
van y van, ahora sí,
como nuestra fue la calle.



DE " El jardín de Mnemósine" 2007

viernes, 19 de mayo de 2017


Resultado de imagen de fotos mirada de ciudad desde un taxi




DESDE UN TAXI.



¿Qué pasará tras las ventanas de esta ciudad de hormigón y cristal? Los periódicos sucumben cada mañana ante tanto caos. ¡Qué horror! Y de aquellas personas que nacen sin poder agarrarse a unas tetas que los amamanten ¿Qué? ¿Dónde están? ¡Qué perdón tan inmenso tendría que pedirles! Gentes que se mueren, se mueren y se mueren de hambre. Es una verdad como un templo de verdad.
Comienza a llover. Me gustaría no ser ONU y llevarme estas gotas
de agua para empapar las tierras de barbecho eterno y ser trigo, arroz, alimento para el hambre. Entonces me comportaría como un humano, me reconocería en la parte del espacio original aún sin estercolar para la mente del Hombre. El individuo se abre al gran Cosmos, a la conquista de otros planetas – no sé el por qué –,
mientras aquí, a mi lado, en el susurro que escuchan mis oídos, me
piden, con su último brío, una mirada compasiva y mi corazón en
danza. Sin embargo continúo mirando las ventanas de esta ciudad
de hormigón y cristales que se resquebrajan.

miércoles, 17 de mayo de 2017


Resultado de imagen de fotos de una madre triste











El desasosiego de Yulisa era evidente. Después de varias horas en la cola del Registro Civil, bajo una gélida niebla, la farragosa burocracia para poner en orden sus papeles acabaron por quitarle la ilusión de seguir en España. Con el frío coagulando su sangre entró en un bar. Sola, con un café con leche y un bollo, pensaba en su futuro, algo que no era oportuno pues, con las fuerzas en sus pies helados, la desesperanza se adueño de ella y sentía que su esfuerzo no valía la pena prolongarlo. Con el cuerpo un poco más hecho a la baja temperatura, salió del bar y se dirigió de regreso a su trabajo. En el metro, una pareja de emigrantes discutían de manera vehemente. Los gritos de la discusión eran los protagonistas para los usuarios de vagón. De repente, de detrás de la pareja apareció un niño de unos dos años. El chaval se escondía entre las piernas de los padres con evidente gesto de susto. Yulisa se acercó a él y comenzó a hablarle con dulzura a la vez que le hacía alguna que otra carantoña. Los padres seguían discutiendo como si nada. Yulisa cogió al niño y lo sentó sobre sus piernas. Los padres la miraron con desafío y cogieron a su hijo. El pequeño comenzó a llorar. La estación de Yulisa era la próxima. Al salir del vagón le dijo; ¡adiós bonito! ¡Qué cara más linda!
Una vez en la calle, lo que había visto en el vagón de metro le recordó tiempos pasados de su vida; - ¡Qué horror Dios mío!, -pensó. Al hablar consigo misma, se preguntó si el sacrificio que ella estaba haciendo tenía sentido a pesar de todos los sinsabores que había pasado y que tendría que pasar. No quería que sus hijos se volvieran a sentir en un ambiente desestructurado y violento, aunque para conseguirlo tuviera que estar separada de sus
vástagos el tiempo que hiciera falta.
Después de hacer las faenas de su trabajo, sacó de su bolso todos los papeles que tenía que gestionar para regular su situación y la de sus hijos es España. Los leyó despacio y en una libreta fue apuntando qué trámite iba antes que otro para no perder tiempo ni dinero. Al terminar de rellenar algunos impresos se limitó a que
las horas pasaran, por la deferencia horaria, para llamar a casa de
su madre y poder hablar con sus hijos.
Yulisa salió del locutorio con los ojos vidriosos: - es el frío
de Madrid, - me dijo. El disimulo no coló. Bajó la mirada y con
un pañuelo se limpió la nariz. El frío apretaba y el día había sido
muy largo para Yulisa. – Me subo y me duermo pronto. Estoy
cansada,- aseveró sin más. A la mañana siguiente la fiebre y una
fuerte afonía no la dejaron hablar. Pasarían tres días hasta que la
volví a ver.




Madrid, noviembre de 2012.





De "Relatos de Yulisa" 2012

martes, 9 de mayo de 2017


Resultado de imagen de fotos de mujer escribiendo








Un cuaderno y un par de bolígrafos. – Voy a escribir mi historia; - dijo Yulisa muy segura. Lo cierto es que la tarde era de esas que invitaba a refugiarse en el abrigo de las palabras. Las farolas medio se bosquejaban en la fría y penetrante niebla de Madrid. -¿Y cómo vas a empezar?; - le sorprendí. Me miró y después de una pausa, me contestó; - pues desde el principio. ¿Cómo quieres que empiece? – Buena idea;- aseveré. Y sin más, Yulisa comenzó a contarme su proyecto de novela. Con tantas idas y vueltas en las historias que Yulisa me estaba contando para que viera que tenía tema para escribir, el tiempo se nos echó encima. De repente. Y más corriendo que deprisa llegamos justos a la hora en la que Yulisa tenía que estar en su trabajo para hacer la cena. – ¡Adiós! Nos vemos; - se despidió.
Unos días más tarde llamé a Yulisa para verla. Quedamos en un lugar habitual. Esa tarde no iba a ser diferente a otras. Tuve que esperar unos minutos; - Lo siento. No pude venir antes; - se disculpó. Dejó el cuaderno sobre la mesa y me invitó a que le echara un vistazo. – Es lo que he escrito durante estos días.
Llévatelo a tu casa y ya me dirás que te parece; - me dijo. Está bien; - contesté. Sin embargo noté en la cara de Yulisa una ansiedad porque leyera lo que había escrito que cogí el cuaderno y me puse a leer de forma rápida. Mientras leía, de vez en cuando, miraba a Yulisa. Ésta se sonreía. Parecía que le gustaba que leyera su escrito. Cuando terminé de leer sus letras le dije, de manera sincera, lo que me parecieron. Ella se sorprendió y con un gesto casi invisible, me di cuenta de que me pedía ayuda para enfocar su historia. Hablamos de ello y durante la conversación su mirada no dejaba de agradecerme lo que le estaba diciendo. Eso me
reconfortó. Al día siguiente le devolví el cuaderno con unas anotaciones a modo de opinión. Yulisa las leyó y no dijo nada
sobre el tema.
Hoy, un rato antes de trazar este pequeño relato, me ha dado otra parte de su novela. – Escribo sólo en mis ratos libres; - me dijo. Los párrafos leídos eran muy duros para recordarlos en momentos de asueto y esos sólo se podían escribir al sentirse total y profundamente embriagada en una profunda soledad o en la mayor de las tristezas, si bien por otra parte sería posible al vomitar la rabia, las frustraciones que Yulisa tiene vulcanizando sus sangres. Siempre la escritura es una forma de terapia y Yulisa tendrá un motón de páginas que escribir para liberarse del dolor que la carcome y sé que pronto pondrá el punto y final a su novela.



Madrid, noviembre de 2012.





De "Retratos de Yulisa".2012

viernes, 5 de mayo de 2017




Resultado de imagen de FOTOS DE AMIGAS AYUDANDOSE






Yulisa paseaba, ya a la tarde casi arropada, de forma grácil. Se sentía la protagonista de un sueño. El aroma de la lluvia caída aún preñaba el aire y la temperatura era agradable. Los pasos de Yulisa apenas hollaban la tierra que parecía recién igualada. Al cabo de unas calles se encontró con una amiga. Ésta lloraba y al verse delante de Yulisa escondió sus lágrimas con las palmas de sus manos. Sentía vergüenza. Las dos amigas se fueron hasta un margen lejano de la misma calle y allí estuvieron intercambiando frustraciones y ayudas. Al poco, un hombre venía gritando un nombre de mujer. Parecía buscarla como un loco de ira. Las gentes de la calle se apartaban del hombre que no dejaba de vocear amenazas, de mirar sangre. Las dos amigas corrieron hasta ocultarse en la siguiente esquina. Yulisa sentía temblar el cuerpo de su compañera; ¡cálmate cariño! ¡Cálmate! No te pasará nada.
Las voces del furibundo las sentían cada vez más cerca. En un momento Yulisa se asomó por la esquina y sin más pausa que su
respiración, se encontró con la mirada del hombre de su amiga. Ésta sintió el espasmo de Yulisa y sin pensarlo, por instinto, se agachó y se puso detrás de ella. Había poco tiempo. Debían hacer algo; ¡Calla! ¡Calla!, - le dijo Yulisa a su amiga. El correr y el jadeo del hombre lo sentían ya. Yulisa dio unos pasos y se apareció en la carrera del hombre. Éste se detuvo. Las voces de cólera, los gestos de amenaza e incluso los empujones, Yulisa los aguantó y poco a poco el hombre, borracho de posesión y de alcohol, se calmaba. Las palabras se abrieron paso y dejaron a las voces. El hombre miraba a Yulisa con lascivia de la propia lascivia, con esa mirada amenazadora y a la vez muy segura de conseguir, sea cuando fuera, lo que tenía delante. El hombre echó un trago de la botella hasta vaciarla. Señaló a Yulisa con ella de manera desafiante antes de romperla. Metió las manos en los bolsillos. Encontró cincuenta pesos. Volvió a señalar a Yulisa, esta vez con un dedo, y relamiéndose con perversidad en su mirada a Yulisa, comenzó a alejarse muy despacio. Yulisa esperó y cuando el hombre desapareció tres esquinas más arriba, fue en busca de su amiga y se la llevó a su casa.
Aquella noche, Yulisa estuvo pendiente de su amiga y no la dejó ni un instante. A la mañana, le dio unos pesos y la acompañó hasta la parada de autobuses para que se fuera a casa de su madre. 
Al cabo de unos años, ya en Madrid, en un día gélido de febrero Yulisa caminaba cerca de El Retiro. Un vaso de leche era todo lo que su cuerpo podía quemar. Se dirigía a su nuevo trabajo como interna de servicio en una casa. De repente los ojos de Yulisa brillaron de alegría; ¡Evangelina! ¡Evangelina! Al otro lado de la calle estaba aquella compañera de su pueblo a la que salvó de una segura paliza y quizá de un forzamiento. ¡Evangelina! ¡Evangelina!, - volvió a desgañitarse. La amiga dio unos pasos hacia Yulisa, pero se detuvo en mitad del paso de cebra. Evangelina miró a Yulisa y al verla delgada como una caña y con una maleta a sus pies, se dio media vuelta y marchó por la calle alejándose de Yulisa. Ésta se quedó, al lado del semáforo, con su maleta y con una sensación de abandono que le rompía el corazón. Sin embargo, después de unos instantes, Yulisa sacó de unos de los bolsillos la dirección de su nuevo trabajo, cogió su maleta, se tragó su decepción, y se fue en busca de su nuevo destino.
Meses más tarde, una noche de de verano, Evangelina y Yulisa se encontraron por casualidad en la concurrida Plaza de Cuatro Caminos. Esta vez hablaron y aunque Yulisa continuaba 
desencantada con su antigua compañera, sacó de su bolso, a pesar de su escasa economía, veinte euros y se los dio a Evangelina, para que al menos pudiera comer al día siguiente. Nunca más se volverían a ver.



Madrid, 5 de noviembre de 2012.





De "Retratos de Yulisa".2012

jueves, 4 de mayo de 2017







-¡Venga a sentarse Mami! Gritó Yulisa desde la puerta de la casa. El olor a tierra mojada impregnaba el ambiente aún cálido de la tarde que ya tocaba a su fin. Las dos se sentaron. Estaban una frente a la otra y Yulisa cogió las piernas hinchadas de su madre, se las puso sobre las suyas y comenzó a masajearlas, despacio, muy despacio. Mami opuso alguna resistencia, pero ante la insistencia de su hija y luego de sentir un alivio en sus cansados pies, se relajó. Su rostro mostró un bienestar que se afirmó en la sonrisa que regaló a Yulisa. Ésta siguió frotando, con sus dedos generosos de crema, desde las rodillas hasta los dedos de los pies, las carnes abultadas de su querida madre, a la vez que una entrecortada conversación asomó entre ambas; que si las cosas de la casa, que si las niñas estaban creciendo, que si el “macho” iba bien en su aprendizaje, que si patatín o que si patatán. Madre e hija estaban tan sumergidas en sus cosas que sin darse cuenta crearon un ambiente que por unos instantes las alejó de la más cercana y cruda realidad. En esos momentos la emigración y la separación de su familia que Yulisa sufría, desde hacía siete años, se diluyó en el contundente brillo de sus ojos y la soledad que Mami sentía al ver a algunos de sus hijos ganase la vida fuera de su país, se evaporó al mirar a Yulisa y sentirla tan cercana, tan de verdad, mientras su hija continuaba acariciando sus inflamadas y cansadas piernas.
De repente un aguacero apareció como una cortina y sin más las separó de aquél mágico instante, aunque las dos se sabían del amor que se tenían. Mami, casi sin pensarlo, volvió a la cocina ya que la hora de la cena acechaba los estómagos de la familia. Yulisa, sin embargo, se quedo bajo el fuerte chaparrón para empaparse como sólo sabe ella, aunque esta vez no dejo de mirar a su madre mientras ésta entraba en la casa. Yulisa aprovechó las gotas de lluvia sobre su cara y dejó bajar por sus mejillas unas lágrimas de emoción, de recuerdo, de añoranza. Pero Mami, antes de entrar en la casa, se volvió, miro a Yulisa y supo de inmediato lo que sentía su hija, por muy empapada que la viera. Sin embargo ella, luego de entrar en la cocina, cogió unas patatas, comenzó a pelarlas y en su silencio se tragó, con su valentía de siempre, las lágrimas que durante tanto tiempo la acompañaba. 
La noche se volcó entre los nubarrones que continuaban mojando la tierra. Durante la cena Yulisa miró a Mami y supo que ésta la vio llorar. Un boceto de sonrisa las unió y entendieron que a pesar de la distancia jamás se sentirían la una sin la otra.






Madrid, 6 de octubre de 2012 




De "Retratos de Yulisa".2012



martes, 2 de mayo de 2017


Resultado de imagen de fotos de madre e hijos mirando al cielo













La algarabía de la fiesta de Lisa se diluyó como la luz del Sol, aunque a lo lejos, en el jardín, todavía se oían las risas y las voces de las niñas jugando. Yulisa, luego de recoger vasos y platos, ordenó el mapa de la casa y de forma cansada, pero grata, cogió una silla y se sentó frete a su casa. Los ojos de Yulisa brillaban como casi siempre, pero esa noche lo hacían por el regocijo que sentía al estar con su familia.
Un aire preñado de aromas besaba la cara de Yulisa y ésta lo respiraba tranquila y gustosamente. Aquella paz que Yulisa sentía le abrió un pensamiento de melancolía, quizá por la distancia a la que quería ir, del que no sabía si salirse o si dejarse llevar, pues
sentimentalmente sentía que ella aún era un rompecabezas. El sueño hacia por Yulisa, pero todavía debía esperar a sus hijas para acostarlas y darles el beso de buenas noches que, durante un año pasado, tatas veces se convirtió en lagrimas tragadas a soplos de impotencia y soledad, de necesidad de los suyos en un país extranjero. Pero Yulisa, impulsada por el recuerdo que sentía en una pequeña parte de su corazón, cogió el móvil y mandó un mensaje: - La fiesta bien. Con mi familia junta después de tanto
tiempo. Estoy contenta. Yo me duermo. Besos. Te echo de menos.
El cansancio de los juegos trajo a las niñas en busca de su madre para que las acostara. Yulisa, con sus niñas a ambos lados, cerró los ojos y esperó a que su peso huyera de sí misma. Quizá hubiera querido que su añoranza no la acompañara entonces, ya que en su interior deseaba que el destinatario del mensaje estuviera allí, en su casa, arropando a sus hijas con las últimas palabras de un cuento y a ella con esos besos que mandó desde la sensualidad del aire de su tierra, de su aire más que nunca, y que la amaba por naturaleza.



Madrid, 22 de septiembre de 2012.







De "Relatos de Yulisa". 2012


lunes, 1 de mayo de 2017








Resultado de imagen de FOTOS DE AÑORANZA DE HIJOS
Yulisa no dejaba de ver su móvil. En su cara, el gesto de melancolía se descolgaba por una sutil lágrima. Con uno de sus dedos pasaba, muy despacio, las fotos de Yimi, “su macho”, las de Lisa y las de Isi. Echaba de menos a sus tres hijos. – Son una bendición. ¡Mira cómo son! ,- dijo a la vez que esbozó una leve sonrisa. Para Yulisa, ver esas fotos, era una terapia que la reconfortaba, aislándose por unos minutos del gasto psicológico que le producía la ausencia de sus hijos, la separación de ellos, aunque ésta afloraba cada vez con más fuerza, apuntalando la idea de que pronto tenía que volver a su lado, ya que día a día se daba cuenta de que la necesitaban perentoriamente.
Aquella misma tarde, ya cuando el sol no apretaba, Yulisa bajó a la calle dirigiéndose al locutorio para llamar a su casa de Ázua. Habló con sus tres hijos y con su madre. Pagó su llamada y cuando volvía para la casa donde trabajaba, me encontré con sus ojos que, a pesar de todo, aún brillaban. Nos sentamos en las sillas de una terraza y charlamos de todo un poco. Sin embargo Yulisa, entre sorbo y sorbo del refresco, no dejaba de contarme cosas de sus hijos. Sus palabras estaban llenas de orgullo, de sacrificio, de saberse estar haciendo algo bien por ellos y también estaban cargadas de cierto peso por saber si era suficiente. Se preguntaba si merecía la pena que sus hijos se estuvieran criando lejos de su madre, que la vieran una vez al año en el mejor de los casos. Rápidamente, con el optimismo con que vivía todos los días, Yulisa se dio cuenta de que el dinero que enviaba a su madre para la cría de sus hijos era necesario, ya que la condición de su vida lo exigía así. La conversación tomó otro rumbo y entre risas la luna apareció por un extremo de la ancha avenida.
La acompañé hasta su portal; - ¡hablamos!,- se despidió. Yulisa se dio una ducha y se acostó. Cogió su móvil y volvió a ver las fotos de sus hijos. 
A la mañana siguiente: “el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura ”,- me dijo el ordenador de la operadora de llamadas. Seguro que  el móvil estaría sin batería.



Madrid, junio de 2012.


sábado, 22 de abril de 2017





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Una noche, después de hablar con Yulisa en el banco de siempre, decidí dar un paseo. Las palabras de Yulisa me producían una sensación de angustia, de frustración si se quiere.
Yulisa tenía necesidad de liberarse de todas las experiencias que tanto daño le hicieron, pero al mismo tiempo su desconfianza aún era más fuerte que el fuego que le quemaba sus entrañas. De vez en cuando la provocaba para que se vaciara de todas las bilis que corría por su persona, con la esperanza de que le pesara menos su tristeza y que poco a poco tomara la confianza que en un día lejano, pero con fecha indeleble, perdió en su vida y en la cercanía de los demás. Sin embargo Yulisa seguía atrapada en su dolor y su olvido no dejaba de olvidarse de lo que tendría que postergar casi para siempre si es que quería caminar por la senda de un nuevo escenario al que tenía que pintar ella misma.
Al compás de mis pasos, seguí preguntarme de qué manera podía echar una mano a Yulisa, a esa Yulisa que seguía atrapada en su dolor y que de forma evidente pedía ayuda para salir del suplicio personal que la envenenaba y no la dejaba ser ella misma.
La noche aún era fría, tanto como el gélido sentimiento que me seguía entumeciendo al recordar las historias de Yulisa. Un poco antes de llegar a mi portal, miré a la ventana de la casa de Yulisa. Las luces estaban apagadas. Al abrir la puerta del zaguán, me sentí más seguro. Estaba en casa. ¿Será que Yulisa lo que busca es seguridad, sentir el calor de un hogar más allá de cualquier otra cosa?

Madrid, mayo de 2012.



De "Retratos de Yulisa" 2012

domingo, 16 de abril de 2017


Resultado de imagen de fotos de mujeres y sol de amanecer








Acabando el día, al subir las escaleras a oscuras hasta su casa, a Yulisa se le venían los momentos que unos pasos atrás había vivido. Entró un su habitación y se preparó para dormir. La mayoría de las veces, quizá por rutina, en su interior no bullía nada especial y la fuerza de la costumbre ahogaba toda intención de rememorar la tarde de gestos y miradas, el calor de una cena o el roce de un inocente beso, ya que muchas veces sus ilusiones se quedaron en nada. No quería otra nueva decepción.
Sin embargo una noche, luego de apagar su ordenador y al rato de intentar dormir, se sorprendió al sentir que algunas ternuras la arropaban sin darse cuenta. -¿Al fin la vida de una emigrante latina le estaba dando una tregua? ¿Sería posible que alguien la valorara como persona antes que verla sólo como mujer? Su experiencia le decía que no, pero una pequeña brisa abría parte de su corazón dándole un horizonte de esperanza. El caso es que no podía dormir. Yulisa cogió su Biblia, leyó unos salmos y después de encomendarse a Dios, volvió a embozarse en la cama, suspiró y se dijo que el tiempo sería su aliado.
La mañana hizo que entrara en la vida de todos los días, sin más, y todo parecía ser lo mismo. De camino al mercado, su móvil sonó y unos pasos más adelante Yulisa cambió de semblante y el cielo le parecía más azul, sin ninguna nubecilla que opacara el sol que tanto le gustaba. El hombre que dos manzanas antes la llamó, le dio las gracias por pasear y compartir su conversación la noche anterior y que si no tenía inconveniente le gustaría volver a repetir el encuentro. Aquellas palabras a Yulisa le sonaron de distinta forma. Un tono más respetuoso y trato agradable. ¡Le había dado las gracias por el paseo! Eso era nuevo. – Ya te llamó yo, - respondió Yulisa. El tiempo y estas líneas dirán si cumplió con lo dicho.



Madrid, 10 de noviembre de 2011.





De "Ratratos de Yulisa" 2012.

martes, 11 de abril de 2017



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Fue una noche. Yulisa cruzó la calle con sus ojos brillantes
como antorchas. Se acercó a mis pasos y con su voz ágil y deje
caribeño me saludó. El atronador ruido de un raudo coche me
inculpó en mi silencio, dejando a Yulisa la puerta abierta de mi
sorpresa.
Semanas atrás ya había visto a Yulisa paseando por las
calles del barrio, incluso había escuchado su voz mientras
saludaba a niños y ancianos. Y es más. Una noche Yulisa y un
amigo mío entablaron una conversación. No me lo pensé y los
dejé en el local. Imagine que molestaba y me quite de en medio.
Al rato, fumando un cigarrillo en mi habitación, se me vino la
imagen de Yulisa; vivaz, alegres manos, sugerente figura, y
también con los ojos amarillentos de soledad. El puzzle que me
hice de Yulisa, sin embargo, no me cuadraba, pero pensé que cada
uno éramos como éramos y que cada cual tenía su destino más o
menos hecho, y en el destino de Yulisa yo no cabía.
Andamos unos metros. Entonces la calle estaba casi vacía y
silenciosa. Yulisa se detuvo delante de un banco. Aquello era una
señal clara para que habláramos, y sin pensarlo me atreví a
invitarla a tomar algo. Yulisa miró su reloj y con evidente apatía,
aceptó. Mientras llegábamos al bar, no dejé de preguntarme para
qué me había llamado si a la hora de propornérle ir al local más
cercano para hablar, la sentí remisa, incluso indolente. El caso es
que después de las palabras y de muchas miradas, el tiempo
volvió a galopar y sin quererlo volví a encontrarme en mi cama,
con un cigarrillo encendido y pensando en Yulisa. Aparentemente
cada uno éramos como éramos y cada cual teníamos nuestro
destino, pero Yulisa cambió el puzzle ordinario que tenía de ella
en mi cabeza y me otorgó la certeza de que era una mujer distinta
a la que yo imaginé semanas atrás.
Fue una noche. Yulisa sonreía y a mí me hizo reír con sus
alegrías llenas de fantasías, con multitud de dichos de su añorada
tierra dominicana y respetada gente mayor. Hacía mucho que no
me reía así. Entonces, sin darme cuenta y luego de entender cómo
Yulisa me miraba, salté como Pegaso al vacío y me quité el
disfraz que me encorsetaba. Desde aquella divertida y extraña
noche, cada vez que veía a Yulisa respiraba algo nuevo y sobre
todo algo que me gustaba hacer. Yulisa supo, y me obligó en un
suspiro, que por fin entendiera la sencillez de la normalidad de la
vida. Fue una noche.





Madrid, octubre de 2012.


De "Retratos de Yulisa"2013

sábado, 8 de abril de 2017




Resultado de imagen de dibujos de mujeres a lapiz




Caen, negras, las sombras del ocaso
para recibirte a la luz de las velas;
tu figura se cimbrea sobre el espejo
de la puerta que pasas.
Tu carmín sobre el borde de la copa
de vino viejo,
el fular sobre el respaldo de la silla
y el silencio que acompaña
tu mirada más allá de mi espalda.
Una dulce brisa se mezcla con tu aliento
al compás de la luna que entra por la ventana;
en seda de penumbra
nos envolvemos en callados pensamientos.
Pones tu dedo sobre mis labios
a modo de tierna confianza,
aceptando el cierre de mis ojos
por el tacto de mi mano que te habla.
La noche se tensa en sabanas abiertas
mientras la cortina de tu pelo
duerme el canto del viento cálido.
En el reloj del horizonte
se levanta un amanecer bermejo,
despacio, sabiéndose intruso de lo nuestro.
Luego, un soplo de luz medio hecho,
tus zapatos que te llevan tierra adentro
después de cerrar la puerta
como arropas al niño que está durmiendo.
Y me quedo, embriagado en tu recuerdo,
buscando las nuevas sombras del próximo ocaso.



De "Retratos de Yulisa"2013

miércoles, 5 de abril de 2017









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Escribo las cosas para que vuelvan,
en el calor del folio sin teñir,
gritando la obra viva de palabra
por el hecho de hacer y más vivir.
Mis olvidos, una calle tranquila
en la esquina desierta de luna,
emociones y sorpresa del arte,
conscientes de la fuerza por expresarme.
Y lo lejano va y, es literatura
por perdida en abismo frío del tiempo,
de realidad rota por el presente
como trágico error que aún no sé.






De "Sintagmas en rojo y negro".2012

miércoles, 29 de marzo de 2017


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LUNA DE ODISEO.






La luna ya se levantaba con su cara azafranada tras la cortina del
viento del Sur. Su presencia, detrás de unas tenues nubes, calmó y
templó los cercanos horizontes llevando las olas cogidas de su
resplandor diamantino hasta la orilla que hollaban mis pies de
espectador solitario.
Como en un suspiro, el sortilegio de la marea me llevó, con sus
cánticos, hasta las primeras nanas de mi cuna. Poco a poco se fue
tensando el arco con su leve ascensión y mi callado mirar hacia su
forma, entonces, más pálida. La tranquilidad de la silenciosa mar
me acompañaba y Luna se quitaba sus vestidos ante mis ojos
desbordados de asombro y perplejidad ¡Qué desnudo más bello me
regalaba! Las dudas me dejaron limpio, los fantasmas de mis
recuerdos, hirientes no hacía mucho tiempo, desaparecieron y sin
prejuicios me adentré en la mar y fui en busca de aquella desnuda
Luna. Ya el arco se partió en espumas por ser sábanas de pasión.
Luna me abrazó ingrávida, me besó refulgente y yo me esforzaba
por envolverme en su velo que ya anaranjaba. Pero no fue deseo
vano y codicioso por mi parte. Esa noche amé más que ninguna
otra noche, y sin embargo no poseí. Esa noche yací con Luna y no
sentí por hacerla mía. Esa noche me amó la Luna y me sentí todo
dado, todo entregado a ella.
La aurora dejaba colgar su vestido rosado y tras él, Luna se vistió
de un blanco indefinido, disolviéndose entre las primeras luces de
la mañana, sacándome del lecho sobre una suave ola que murió en
la arena tibia, ola que al iniciarse hacia sus ecos eternos me
susurró: “no te vuelvas a buscarla, se convertiría en simple y
pesada rutina“
Ahora, cada vez que la Luna y yo nos encontramos, nos
convertimos en aprendices de nuevos amantes ¡Quién tuviera
Lunas y sábanas de espumas blancas a lo largo de la vida!





Almerimar. Agosto de 2004.

De "Relatos, cuentos y otras cosas" 2011

martes, 28 de marzo de 2017


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NO ES QUIMERA.



Frente al eslogan “poder económico” siempre surcará el cielo una
avioneta que anuncie la utopía de la palabra LIBERTAD. Tratar de
enmudecer a través de la comunicación es fracasar, es guillotinar el
aire con el filo de una navaja. La entraña más buscada es la LIBERTAD, y no la que nos cobijó con nuestra placenta. LIBERTAD. Palabra calorífica que nutre la savia de un árbol, las corrientes de los océanos, los vendavales de las tormentas, la sangre de la persona. Desde el único y común nacimiento perseguimos, en cielos y rocas, el enigma que posee la LIBERTAD.
En el Espacio, justo el lugar que parece más libre, quizá porque lo
hemos visitado poco, no se puede gritar ¡LIBERTAD! Sin embargo, desde el primer empape de la tierra, con nuestros dedos, escribimos LIBERTAD.
Siglo XXI, pirámide de base en rectángulos pequeños de aislada gente, y cúspide de cuadrículas científicas. Entre ellas, la base y la cúspide, las oscuras manchas de los petróleos y avisos guerreros de etnias que desaparecen bajo el manto bautizado de forma cobarde y engañoso de "occidentalismo", con la daga ponzoñosa del eufemismo de la globalización. La LIBERTAD, después de los campos preñados de arroz, sí que debería ser un pilar global para el ahora Hombre.








De "Relatos, Cuentos y otras cosas" 2011.

viernes, 24 de marzo de 2017




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Y vuelvo errabundo por la realidad
hasta aquí, buscando, la sola imagen
provocadora de sí, las demás
para reducirlas al más del arte;
la desconfianza de la palabra.

Y errabundo persigo mi fantasma
entre los reflejos sordos, inconscientes,
aunque sean destellos de otras cosas
que, en mi yo de partida silente,
apenas son un departir en boca.




De "Sintagmas en rojo y negro" 2012

jueves, 23 de marzo de 2017


ESCULTURA DE JUAN MORAL MORAL.



MACHU-PICHU.


  • OBRA ESCULTÓRICA DE JUAN MORAL MORAL.

  • En la obra del escultor Juan Moral, a parte de una profunda y extensa investigación, lo que florece con la fuerza indómita de la creación es la reflexión estética, concepto que desde Kant se entiende como universalidad subjetiva. Este concepto tiene como centro estratégico nuestra imaginación y sentimientos, dejando a lo lejos una visión lógica o si se quiere matemática o científica. Si nos asomamos a las esculturas; litospacios, estelas o monumentos urbanos, del escultor Moral, intuiremos, hasta el respirar, unas robustas implicaciones estéticas, tanto en los cimientos de la obra como en su forma. No es causalidad que el escultor nos maneje desde la perspectiva - algo sumamente estético - para hacernos observadores y yo diría que contempladores de la realidad.

  • Desde Grecia, la estética - procedente del término aiszesis - nos conduce a la percepción, a la sensación. Y ahí están las esculturas de Moral; lo vivo hay que sentirlo, aunque en estos tiempos la corriente de la estética se extiende por los carriles de los sentidos, del placer, aunque no se interiorice. Por eso, la razón del escultor Juan Moral se reinventa a sí misma, sin miramientos ni dudas y va directa hasta el final, quizá hasta un infinito, sin temer a la aventura que la creación trasvasa de una realidad personal y única, a la metarmofósis de una realidad universal. Para ello, la realidad del escultor Moral, es heroica, trágica, y lo es porque quiere abrir lo más irreductible y profundo de sí misma. Es decir, nos hace real lo irreal y por ello llagamos sin querer a la plasticidad; rectificar lo interno, lo subjetivo. Eso es justo el camino contrario de lo que se cree por creación: vamos del mundo - esculturas de Juan - a la mente de cada uno.

  • Y poco más que decir de las esculturas de Juan Moral. Advertir que el sentimiernto estético del escultor tranfigura la apatía en sobresalto, la ceguera en iluminación; que la experiencia de lo otro sea propia, para vivir de alguna manera la unidad de todas las cosas.









Fotogalería



Es una lectura pictórica que el autor, en la imagen de la derecha, hace de los versos de Antonio Machado sobre Soria. Sería interesante que según vayáis leyendo los poemas, intentéis visualizarlos en la pintura que con anterioridad habéis pinchado. Es un juego divertido e ilustrativo.


En este bloque os dejo un artículo o carta que escribí con motivo de la exposición Machado y Soria.

 "Machado y Soria" de mi tío F.M. MORAL.

Hace un tiempo mi tío Paco me invitó a su estudio para que viera una composiciónpictórica que estaba pergeñando desde el fondo de sus sueños y con la realidadde los versos de Antonio Machado sobre la tierra soriana como punto decomienzo. Los bocetos a carboncillo, o con óleos, o con acrílicos llenaban las mesas, las paredes y algunas sillas que servían de improvisados bastidores.Parecían florecer o esconderse unos de otros según mi tío iba leyendo algunas partes de los cantos machadianos. La idea creativa a hacer estaba clara en la palabra y en la mirada del que en aquellos momentos me exponía sus irrefrenables deseos junto con una pasión desbordada desde una única ilusión.

Y el tiempo pasa, como siempre, pero ahora, en este momento, se me vienen las sensaciones que me movieron y me conmovieron una tarde lluviosa en el estudio de Jaén de mi tío.

Muchas veces la pretenciosidad por explicar algo, ya sea lo que sea, mata ese algo, sin embargo lo que aquí escribiré es una simple reflexión, mi meditación, ante un hecho que nace de un intimo concepto; la creación de un tema pictórico, con toda su historia y su vida cultural, algo determinante en lo que es el pensamiento que más tarde dará una realidad nueva, compleja o no, para llegar al fruto, estético o no, deseado, aunque éste haya experimentado una profunda mutación desde su génesis.

Pero el tiempo ya está aquí. Ante mí tengo la composición "Machado y Soria" y la verdad es que estoy sorprendido y es así porque más allá de lo que cada uno sintamos por las  palabras del poeta y de la técnica del pintor, el furor de la obra es tanto más vivo porque en ella observo la idea de un hombre libre y el sobresalto de su pensamiento esencialmente idealista. La naturaleza brota en la pintura y no olvidemos que lo primero que educo al hombre es esa misma naturaleza en la que se conjunta la Belleza que desde que la historia antigua, sin divisiones más o menos regladas, engloba todo aquello a lo que luego se le fue poniendo
nombres. La composición que veo y saboreo es en sí misma una arquitectura, una música, una escultura, una danza, un llamamiento a lo que se puede llegar, hacer realidad en virtud de un ahínco paciente e individual con el propósito de llegar a ser libre. No basta con sentirse. Es por ello, que en cada parte de "Machado y Soria" se me antoja una curiosidad siempre alerta, un enardecimiento casi juvenil a la llamada de la sutileza, de la vivacidad de los sentidos y una valentía del autor para metamorfosearse en sencillas o complicadas etapas del proceso creativo y por esto de su propia vida, actitud que revela algunos elementos mollares de su formación intelectual y estética, aunque al expresarlo en un solo conjunto - obra - vaya a contracorriente de la significación cultural que aborrega y alinea la Europa de hoy, es decir, a la reducción artística sin más, olvidando que todo hecho intelectual está en relación directa con la complejidad de lo que vive y bien sabemos que es mucho lo viviente. Otro vértice que me dibuja "Machado y Soria" es la psyjé griega o "alma sensitiva", que en relación con lo que dije antes se me manifiesta, de forma velada, en las actividades más humanas; hablar, hacer, amar, habitar. Palabras estas que Machado engrandece en sus versos y que mi tío vuelca en su pintura al señalárnoslas de modo sencillo pero no por ello menos contundente. Y para explicarme haré un paseo por la composición:

Si nos atenemos a una fecha de creación para esta obra, bien pudiéramos retroceder unos cuarenta y cinco años, ya que entonces el pintor se ofreció para hacer un proyecto arquitectónico para la ciudad de Soria. Quizás fuera su primer encuentro con la ciudad del Duero, pero el hecho en sí no deja de ser anecdótico.

Aquí, ante estas pinturas - una en todo el conjunto - empezaré con una simbiosis entre las palabras de Antonio Machado, Soria en sí y los pensamientos que Francisco Moral interioriza para luego, en un ejercicio de necesidad expresiva, hacerlos emociones y mostrárnoslos aquí, en esta composición que compartimos. Pero sin más, me meteré en la obra; al ver el conjunto, quizá se nos pase por alto el soporte sobre el que Francisco nos propone sus pinturas. El hecho de escoger tablones de madera de espíritu envejecido no es casual y ello nos indica una búsqueda de materiales pasional y a la vez lúcida, por lo que la elección del sostén se convierte en un "magister" al conciliar una experimentación renovada con un impulso alborotador. Desde luego si nos detenemos en la parte central del conjunto, vemos un tablón totalmente negro - alma de Antonio -. Un negro matizado con una textura que nos lanza al mundo machadiano con sus pálpitos, sus soledades y también, porqué no decirlo, de sus apatías como fruto de la época española que vivió. Una vez visto esto, y entrando en la composición pictórica, ésta me parece rompedora, pues el pintor jienense cruza el umbral que existe entre pintar las cosas tal y como uno las ve y representar lo que conoce de ellas. En este caso y sin obviar que el pintor sabe y entiende in situ a las tierras sorianas, es evidente que aquí, en esta su pintura, lo que hace es mostrarnos una naturaleza soriana acorde con los versos de un Antonio que incorpora la Naturaleza como un elemento fundamental de sus letras, algo que no es habitual hasta su llegada a Soria. Así en las primeras tres pinturas, me asomo y siento las fuerzas que, desde lo árido y frío, me vienen para quedarse, pasando por colinas y cerros a las florecillas blancas y,  arrancando el velo del tiempo, la pintura de Francisco empapa la mirada de infancia - primavera - como inicio de posibles sueños; "abejar, pastar, humear ramas, perfumar", dice Antonio.

En un segundo paso me encuentro con un peldaño más figurativo en el que Francisco, después de dejarnos descritos los paisajes por los que Antonio abandona su mundo interior y se hace al exterior, opta por expresar, a través de algunos símbolos de unos hombres sufridos y rudos, sus meditaciones sobre un pasado que ha engendrado un presente al que desea un futuro mejor: el cesto, la nieve, un hosco ceño, el golpe de un hacha sobre el leño.- frente hendida de negro -, nos avisa elpintor.

Después de subirme al castillo y de sentirme en tierra de místicos y de guerreros, doy un tercer paso y me encuentro con las colinas plateadas, con los alcores grises, con el trazo del Duero escondido - quizá porque aquí Francisco nos esconde la adusta mirada de Antonio - para luego humanizar el paisaje con esos álamos coloridos, regados por las aguas del Duero y por la lluvia atronadora de las  palabras de Antonio en los colores, en los trazos y en esta composición pictórica. Aquí, en esta parte tan singular de la obra, siento que el eco del escritor - que también será mañana - es cogido por el pincel del pintor y, en un acoplamiento casi impúdico, los dos se someten a lo que se quiere decir en un mismo instante, aunque éste sea engendrado en diferentes periodos por el capricho de una voz y por el entusiasmo de una mano.
Y así, llegando al final de este paseo pictórico, me encuentro con la parte del camino más sugestivo y al mismo tiempo más emocionante e incitador; - "¡Oh sí! Conmigo vais, campos de Soria, /........./ Me habéis llegado al alma, / ¿o acaso estabais en el fondo de ella? - y en respuesta feroz a estos versos maximalistas con ribetes románticos, la pintura se hace hueco redondo por un presentimiento que sin más se hace jirones por la insatisfacción de la pregunta utópica que aparentemente aparece sin duda, ya que la sensibilidad de Francisco
opera una elección - su elección - de la voz de Antonio, rompiendo cualquier frontera entre lo personal y lo real. Es por ello que el pintor en este final de su composición se hace creación y acepta - nos invita a seguirlo - que sólo tendrá sentido su creación cuando él mismo se la otorgue, en este caso, con su propio sentimiento pictórico.

Y me marcho de esta composición de Francisco con el sosiego de haber caminado entre su pincel y la voz de Antonio - un fenómeno de representación en pintura que se descompone en sus elementos primarios -  con la certidumbre sabida de asistir a un encuentro - Soria, Duero, Antonio y Francisco - como recompensa de una
conjunción comprensible de una problemática intelectual y de una insolente seducción.  Con estas mis palabras,animar, a todas las gentes que se asomen a esta obra pictórica de Francisco Moral Moral, a descubrir tan excepcional y mágico encuentro.

Pues bien, una vez intentado un leve apunte de la obra, espero que los fundamentos de toda expresión, artística o no, eso lo dejo a los expertos que de todo saben, pero sí cultural, se hayan asomado por estas líneas. Por si así no fuera, los pilares a los que me refiero son: hablar y comunicar. Lo que quiero decir es que "Machado y Soria" no se limita a la trasladar un mensaje, que por otra parte es subjetivo, sino que establece un vinculo existencial entre personas vivas, de las que cada una toma conciencia de un yo particular, único y que desde él la cultura solicita, desde su origen, la intención a lo universal. Un yo al que por formar parte de una sociedad o comunidad hemos olvidado con demasiada facilidad, sea por la comodidad o por el nihilismo del individuo tan extendido y tomado incluso como el nuevo fideísmo de estos tiempos en el opulento y mal llamado mundo occidental.

Pero me estoy yendo de la obra, aunque poco más puedo decir. Aunque aquí, delante de las pinturas de "Machado y Soria", vuelvo a escuchar versos, a recordar paisajes y tiempos que me ultiman en unos pensamientos y en unas sensaciones que me imponen un dialogo a lo abierto de la libertad creativa sin miedo a la singularidad del individuo. Me parece, siento, que "Machado y Soria" me invitará a más charlas y hará que dialogue con nuevas visiones a través de mi vida y si respeto a muchos creadores, afamados o no, reconocidos o no, es precisamente por las innumerables llamadas que me hacen para seguir hablando a pesar que el tiempo haya comenzado de nuevo su impagable camino.