Hay
personas que dicen que los recuerdos nunca se deben recoger. Yo creo que hay
que cosecharlos en su estación para saborearlos y compartirlos, si no qué
sentido tienen.
En
estas sencillas líneas comparto contigo, amigo Rafael, algunos. Son recuerdos
que, por el paño amarillento del tiempo, apenas se reconocen y posiblemente
distorsionen la realidad que por aquellos entonces vivimos. Del espejo del
tiempo salen los sábados de madrugue y fútbol, del aperitivo de cañas y
partidas en la máquinas de bolas en Aguilar. Las tardes de sesión continua en
el cine Capri, o el Granada, que, a veces, sólo a veces, dejaban su continuidad
por la sonora bofetada que una moza le daba a alguno de la panda por intentar
robarle un beso, o por regalarle un tocamiento deseado y que se rechazaba sin
más argumento que la insistencia; era aquello de “el que la persigue la
consigue” y que ellas mismas nos decían con sus labios salados de pipas. ¡Qué
tardes!
Sigo
pasando el paño por el azogue, y nos vemos en tu SEAT 850, el primer coche de la pandilla,
bajando y subiendo la carretera de Valencia como infantes en caballos de
libertad. Las partidas de tenis en las primeras máquinas electrónicas, las
primeras citas con chicas en la Cruz Blanca de Goya y los primeros “tanques”-
plantones – que nos cabreaban y que más tarde trataríamos de vengar en los
guateques de bombilla rojas y roces que sólo nos inflaban más las hormonas.
Sin
darnos cuenta dejamos de ser infantes y las calles de la vida nos hicieron
cabalgar como caballeros en armas para conquistar el futuro. Desde ahí, justo
desde ahí, cada cual cabalgó por senderos distintos y muchas veces opuestos,
hecho por lo que el retrato del tiempo compartido ya no era tan común,
sintiendo y comprendiendo que, el vinculo del jardín, de los pasillos de
escondites, de los huecos de ascensor confesores de intimidades, de las
partidas de futbolín en las tardes de tedio lluvioso, de las postales que los
veranos nos regalábamos, de todos los secretos de nuestra adolescencia, se
quedaría en foto fija a la que un día u otro volveríamos. Hace unos momentos he doblado la
esquina del ahora y he vuelto a esa foto que sigue, aunque algo más
descolorada, pero sigue, en el espejo que un día nos devolvió, en movimiento,
juntos.
A
partir de ahora, quiero imaginar que tu recorrido seguirá por otros aires, por
otros cines y por otros campos de fútbol sabatinos, pero lo que estoy seguro es
que lo harás en un SEAT 850. ¡Que recorras muchos kilómetros amigo Rafa!