sábado, 22 de abril de 2017





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Una noche, después de hablar con Yulisa en el banco de siempre, decidí dar un paseo. Las palabras de Yulisa me producían una sensación de angustia, de frustración si se quiere.
Yulisa tenía necesidad de liberarse de todas las experiencias que tanto daño le hicieron, pero al mismo tiempo su desconfianza aún era más fuerte que el fuego que le quemaba sus entrañas. De vez en cuando la provocaba para que se vaciara de todas las bilis que corría por su persona, con la esperanza de que le pesara menos su tristeza y que poco a poco tomara la confianza que en un día lejano, pero con fecha indeleble, perdió en su vida y en la cercanía de los demás. Sin embargo Yulisa seguía atrapada en su dolor y su olvido no dejaba de olvidarse de lo que tendría que postergar casi para siempre si es que quería caminar por la senda de un nuevo escenario al que tenía que pintar ella misma.
Al compás de mis pasos, seguí preguntarme de qué manera podía echar una mano a Yulisa, a esa Yulisa que seguía atrapada en su dolor y que de forma evidente pedía ayuda para salir del suplicio personal que la envenenaba y no la dejaba ser ella misma.
La noche aún era fría, tanto como el gélido sentimiento que me seguía entumeciendo al recordar las historias de Yulisa. Un poco antes de llegar a mi portal, miré a la ventana de la casa de Yulisa. Las luces estaban apagadas. Al abrir la puerta del zaguán, me sentí más seguro. Estaba en casa. ¿Será que Yulisa lo que busca es seguridad, sentir el calor de un hogar más allá de cualquier otra cosa?

Madrid, mayo de 2012.



De "Retratos de Yulisa" 2012

domingo, 16 de abril de 2017


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Acabando el día, al subir las escaleras a oscuras hasta su casa, a Yulisa se le venían los momentos que unos pasos atrás había vivido. Entró un su habitación y se preparó para dormir. La mayoría de las veces, quizá por rutina, en su interior no bullía nada especial y la fuerza de la costumbre ahogaba toda intención de rememorar la tarde de gestos y miradas, el calor de una cena o el roce de un inocente beso, ya que muchas veces sus ilusiones se quedaron en nada. No quería otra nueva decepción.
Sin embargo una noche, luego de apagar su ordenador y al rato de intentar dormir, se sorprendió al sentir que algunas ternuras la arropaban sin darse cuenta. -¿Al fin la vida de una emigrante latina le estaba dando una tregua? ¿Sería posible que alguien la valorara como persona antes que verla sólo como mujer? Su experiencia le decía que no, pero una pequeña brisa abría parte de su corazón dándole un horizonte de esperanza. El caso es que no podía dormir. Yulisa cogió su Biblia, leyó unos salmos y después de encomendarse a Dios, volvió a embozarse en la cama, suspiró y se dijo que el tiempo sería su aliado.
La mañana hizo que entrara en la vida de todos los días, sin más, y todo parecía ser lo mismo. De camino al mercado, su móvil sonó y unos pasos más adelante Yulisa cambió de semblante y el cielo le parecía más azul, sin ninguna nubecilla que opacara el sol que tanto le gustaba. El hombre que dos manzanas antes la llamó, le dio las gracias por pasear y compartir su conversación la noche anterior y que si no tenía inconveniente le gustaría volver a repetir el encuentro. Aquellas palabras a Yulisa le sonaron de distinta forma. Un tono más respetuoso y trato agradable. ¡Le había dado las gracias por el paseo! Eso era nuevo. – Ya te llamó yo, - respondió Yulisa. El tiempo y estas líneas dirán si cumplió con lo dicho.



Madrid, 10 de noviembre de 2011.





De "Ratratos de Yulisa" 2012.

martes, 11 de abril de 2017



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Fue una noche. Yulisa cruzó la calle con sus ojos brillantes
como antorchas. Se acercó a mis pasos y con su voz ágil y deje
caribeño me saludó. El atronador ruido de un raudo coche me
inculpó en mi silencio, dejando a Yulisa la puerta abierta de mi
sorpresa.
Semanas atrás ya había visto a Yulisa paseando por las
calles del barrio, incluso había escuchado su voz mientras
saludaba a niños y ancianos. Y es más. Una noche Yulisa y un
amigo mío entablaron una conversación. No me lo pensé y los
dejé en el local. Imagine que molestaba y me quite de en medio.
Al rato, fumando un cigarrillo en mi habitación, se me vino la
imagen de Yulisa; vivaz, alegres manos, sugerente figura, y
también con los ojos amarillentos de soledad. El puzzle que me
hice de Yulisa, sin embargo, no me cuadraba, pero pensé que cada
uno éramos como éramos y que cada cual tenía su destino más o
menos hecho, y en el destino de Yulisa yo no cabía.
Andamos unos metros. Entonces la calle estaba casi vacía y
silenciosa. Yulisa se detuvo delante de un banco. Aquello era una
señal clara para que habláramos, y sin pensarlo me atreví a
invitarla a tomar algo. Yulisa miró su reloj y con evidente apatía,
aceptó. Mientras llegábamos al bar, no dejé de preguntarme para
qué me había llamado si a la hora de propornérle ir al local más
cercano para hablar, la sentí remisa, incluso indolente. El caso es
que después de las palabras y de muchas miradas, el tiempo
volvió a galopar y sin quererlo volví a encontrarme en mi cama,
con un cigarrillo encendido y pensando en Yulisa. Aparentemente
cada uno éramos como éramos y cada cual teníamos nuestro
destino, pero Yulisa cambió el puzzle ordinario que tenía de ella
en mi cabeza y me otorgó la certeza de que era una mujer distinta
a la que yo imaginé semanas atrás.
Fue una noche. Yulisa sonreía y a mí me hizo reír con sus
alegrías llenas de fantasías, con multitud de dichos de su añorada
tierra dominicana y respetada gente mayor. Hacía mucho que no
me reía así. Entonces, sin darme cuenta y luego de entender cómo
Yulisa me miraba, salté como Pegaso al vacío y me quité el
disfraz que me encorsetaba. Desde aquella divertida y extraña
noche, cada vez que veía a Yulisa respiraba algo nuevo y sobre
todo algo que me gustaba hacer. Yulisa supo, y me obligó en un
suspiro, que por fin entendiera la sencillez de la normalidad de la
vida. Fue una noche.





Madrid, octubre de 2012.


De "Retratos de Yulisa"2013

sábado, 8 de abril de 2017




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Caen, negras, las sombras del ocaso
para recibirte a la luz de las velas;
tu figura se cimbrea sobre el espejo
de la puerta que pasas.
Tu carmín sobre el borde de la copa
de vino viejo,
el fular sobre el respaldo de la silla
y el silencio que acompaña
tu mirada más allá de mi espalda.
Una dulce brisa se mezcla con tu aliento
al compás de la luna que entra por la ventana;
en seda de penumbra
nos envolvemos en callados pensamientos.
Pones tu dedo sobre mis labios
a modo de tierna confianza,
aceptando el cierre de mis ojos
por el tacto de mi mano que te habla.
La noche se tensa en sabanas abiertas
mientras la cortina de tu pelo
duerme el canto del viento cálido.
En el reloj del horizonte
se levanta un amanecer bermejo,
despacio, sabiéndose intruso de lo nuestro.
Luego, un soplo de luz medio hecho,
tus zapatos que te llevan tierra adentro
después de cerrar la puerta
como arropas al niño que está durmiendo.
Y me quedo, embriagado en tu recuerdo,
buscando las nuevas sombras del próximo ocaso.



De "Retratos de Yulisa"2013

miércoles, 5 de abril de 2017









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Escribo las cosas para que vuelvan,
en el calor del folio sin teñir,
gritando la obra viva de palabra
por el hecho de hacer y más vivir.
Mis olvidos, una calle tranquila
en la esquina desierta de luna,
emociones y sorpresa del arte,
conscientes de la fuerza por expresarme.
Y lo lejano va y, es literatura
por perdida en abismo frío del tiempo,
de realidad rota por el presente
como trágico error que aún no sé.






De "Sintagmas en rojo y negro".2012