sábado, 8 de diciembre de 2018

Y LLEGANDO.




Resultado de imagen de fotos de calle llena de gente




La sirena de un coche de policía me despertó. Salí al balcón. Desde allí vi el tumulto que en unos minutos desapareció como me despertó. El amanecer estaba preparado para azafranar las pequeñas nubes que se intuían en el cielo. Decidí prepararme para salir, aunque el reloj me quiso engañar al otorgarme un tiempo que parecía sobrarme. Pero a mí el tiempo siempre me falta. El caso es que al salir a la calle sentí el día hermoso y eso me impulsó hacia la vida. Después de andar unas calles, un olor a café me penetró sin permiso. El local estaba a rebosar y las gentes entraban y salían sin dar ocasión a más de dos o tres miradas. Se tomaban la vida sin pausa, con avidez, y sin más desaparecían por la penumbra de la puerta del bar. Esperé un poco y con tranquilidad me senté en una mesita redonda, con el pie de una máquina de coser muy antigua. Otras etapas de mi vida quisieron volcarse sobre mi vaso de café, pero lo único que eché en él fue un poco de azúcar. El tintineo de las cucharillas con los platos, dejaba en el ambiente una música de mañana temprana, de ensayo orquestal antes de un concierto. Dejé en el borde del plato un par de servilletas y sin pensarlo atravesé la sombra que aún guardaba bajo el toldo la puerta del local. La calle era otra cosa. Los trajines, las voces, los pasos de cebra improvisados entre el atasco de coches, los humos de un autobús que ya debía hacer sus últimas rutas, y los camiones cargados de mercancías sobre las aceras, daban a la ciudad un mareo de caos y, a la vez, un sello tan antiguo como ella misma. Pregunté a un frutero cómo podía llegar al lugar debido. Me miró medio sonriéndose y quitándose la gorra de sudores y madrugadas me indicó qué hacer. Anduve por calles estrechas hasta que salí a una avenida hermosa, llena de árboles y coloreada de flores que bullían de frescor. Llegué al número indicado. Miré la fachada del edificio hacia arriba hasta ver el cielo que no tenía nada que ver con el que me encontré al despertarme gracias a la sirena del coche de la policía.




Madrid, 2012.