sábado, 8 de diciembre de 2018

Y LLEGANDO.




Resultado de imagen de fotos de calle llena de gente




La sirena de un coche de policía me despertó. Salí al balcón. Desde allí vi el tumulto que en unos minutos desapareció como me despertó. El amanecer estaba preparado para azafranar las pequeñas nubes que se intuían en el cielo. Decidí prepararme para salir, aunque el reloj me quiso engañar al otorgarme un tiempo que parecía sobrarme. Pero a mí el tiempo siempre me falta. El caso es que al salir a la calle sentí el día hermoso y eso me impulsó hacia la vida. Después de andar unas calles, un olor a café me penetró sin permiso. El local estaba a rebosar y las gentes entraban y salían sin dar ocasión a más de dos o tres miradas. Se tomaban la vida sin pausa, con avidez, y sin más desaparecían por la penumbra de la puerta del bar. Esperé un poco y con tranquilidad me senté en una mesita redonda, con el pie de una máquina de coser muy antigua. Otras etapas de mi vida quisieron volcarse sobre mi vaso de café, pero lo único que eché en él fue un poco de azúcar. El tintineo de las cucharillas con los platos, dejaba en el ambiente una música de mañana temprana, de ensayo orquestal antes de un concierto. Dejé en el borde del plato un par de servilletas y sin pensarlo atravesé la sombra que aún guardaba bajo el toldo la puerta del local. La calle era otra cosa. Los trajines, las voces, los pasos de cebra improvisados entre el atasco de coches, los humos de un autobús que ya debía hacer sus últimas rutas, y los camiones cargados de mercancías sobre las aceras, daban a la ciudad un mareo de caos y, a la vez, un sello tan antiguo como ella misma. Pregunté a un frutero cómo podía llegar al lugar debido. Me miró medio sonriéndose y quitándose la gorra de sudores y madrugadas me indicó qué hacer. Anduve por calles estrechas hasta que salí a una avenida hermosa, llena de árboles y coloreada de flores que bullían de frescor. Llegué al número indicado. Miré la fachada del edificio hacia arriba hasta ver el cielo que no tenía nada que ver con el que me encontré al despertarme gracias a la sirena del coche de la policía.




Madrid, 2012.

lunes, 26 de noviembre de 2018

LA LLEGADA.






Resultado de imagen de fotos desde una ventana



El avión aterrizó como la mayoría. Sin embargo el vuelo continuaría. En el aeropuerto preguntó por el enlace con el metro de la ciudad. Era algo distinto llegar a un lugar y viajar por sus entrañas. ¿Cómo sería la ciudad bajo la luz del día? Ya tendría tiempo para sentirla. A mitad de un periódico gratuito, llegó a su destino. El nombre lo había leído en un texto de Galdós cuando estudió literatura española. Salió a la plaza y preguntó por el nombre de la calle. ¡Al fin!, se dijo. Llamó al timbre. Una señora con el pelo blanco y mellada le ensañaba el estudio. Una vez cumplido lo correcto y dándole las lleves junto a los recibos de la fianza y del mes corriente, la señora abandonó el escenario. Dejó su equipaje, se quitó la mochila y echó otro vistazo al pequeño piso; abrió el gran ventanal de doble balconada. Al poco, bajó a una miscelánea regentada por unos chinos y compró lejía, guantes, estropajos, desinfectantes y una pizza para hacer en el microondas. Después de limpiar la pequeña cocina y el baño, se sentó. Miraba su nueva casa como un objeto al que ya había quitado el envoltorio. Sacó de su maleta algunos objetos; ceniceros, pequeñas esculturas, unos libros y una lámina. La luz que entraba en la casa era clara e intensa y tuvo que buscar el lugar para colocar el dibujo. En un momento se decidió y, con cuatro chinchetas ubicó la litografía. Aquello era otra cosa. La casa decía algo diferente y con unos toques simples la había dado la respiración. Entonces la sintió viva. Sacó del microondas su pizza y comenzó a comer frente a la lámina que con aquella luz cobraba la intensidad que debía tener la obra cuando el pintor la plasmó sobre el lienzo. O eso pensó. Sacó de la mochila su cuaderno de notas y comenzó: “El día se mece por la luz clara que la pincelada amplia chorrea sobre la arena, sobre la marea sin aventura alguna. En una cara, sobre un dorso desnudo, el sol como ara de su fin. El amarillo en pelea con el azul en mar de la “solea”, con la barca sobre la playa para fijar el deslumbrador realismo de un pulso, de un sentir mediterráneo, barroco. ¡Luminosa pintura que recuerdan los veranos de la infancia desnuda! Claridad impregnada por dos fuertes manos......" 
El sueño venía en su busca, pero no debía dejarse atrapar. Una vez ordenadas sus ropas y las cosas que tenían que ver con su casa, se dio una ducha y sin más dilación se conectó a la red. Luego escribiría algo.



Madrid, 2012.  

lunes, 13 de agosto de 2018

LA MAGDALENA PENITENTE.





Georges de La Tour - “La Magdalena penitente” (h. 1640, óleo sobre lienzo, 133 x 102 cm, Metropolitan Museum of Art, Nueva York)
Georges de La Tour es uno de los pintores más característicos del Barroco francés. A pesar de que todos sus cuadros...





Esta mañana salí limpio, como la suave brisa matinal, a las calles
de un Madrid más amplio. Algunos gorriones aún picoteaban algún resto de comida en dónde anoche las terrazas estarían llenas de voces. El autobús circulaba casi vacío y la luz de la mañana no tenía fuerza para hacer espejo en los cristales de las ventanas.
Madrid parecía un galán a la espera de nuevas aventuras. El caso es que hacía unos días que tenía la intención de visitar el Prado y anoche, ojeando la agenda de cosas pendientes, supe que hoy era
el último día para ver el cuadro que quería. Siempre dejo para última hora algo por hacer.
Cuando estuve frente al lienzo me dejé el exterior y comencé con
mis reflexiones sobre la maravilla que tenía ante mí. De momento
me impresionó la belleza de la mujer, algo nuevo para mí, pues de
todas las “Magdalenas” que tuve la ocasión de ver, las que estuvieron frente a mí, ésta me pareció la más hermosa y la más alejada de los tópicos, quizás por costumbre de los barroquianos. En el prospecto que orienta sobre el cuadro, se decía algo sobre la maestría de la naturaleza muerta que el pintor plasmó en el cuadro. Le di vueltas a esa opinión del cuadro y no supe captarla. Yo pensaba todo lo contrario, si bien es cierto que si el cuadro se divide, por ahí supongo que irán esas opiniones, los libros, la cruz y la calavera componen esa naturaleza muerta.
Sin embargo mis impresiones iban por un camino contrario. La Magdalena Penitente me parecía más viva, más mujer que ninguna antes vista y quizá con muchas añoranzas. Y lo de Penitente, no lo veo por ninguna parte. La luz de la candela de aceite es vertical, hacia arriba, y Magdalena mira hacia abajo, su
gesto es descansado y su pelo está contorneando sus hombros firmes, su mano derecha se posa, segura, sobre la calavera que está sobre sus piernas y muy cerca de su vientre, que según mi
impresión, ya lleva dentro una nueva vida. El cuadro tiene una luz
admirable que soborna a la sombra hasta el punto que nos permite
ver un grano en la mejilla derecha de la mujer. Por poner un algo,
la sombra del brazo derecho no es muy natural. Cuando me sentí
lleno de esta maravilla de lienzo, salí de la sala tirando a la papelera el prospecto sesudo de los grandes entendidos sobre la pintura.
Al salir del Prado, los gorriones ya no estaban en las aceras, sino
en los árboles y Madrid parecía más pequeño, aunque más tenorio
que antes.



MAGDALENA PENITENTE DE GEORGES DE LA TOURS.
Madrid, 28 de junio de 2009. Plaza del Ángel Caído.

sábado, 16 de junio de 2018

ESPERANZA; UNA MENDIGA EN MADRID.







Los pies sucios, ennegrecidos por la noche cerrada y sin luna, por
el hollín sobre los asfaltos fríos. Una mano en el aire se alza para
conciencia de los que pasan sobre tus cartones de silla y cama, por
el borde retador de tu lata, y lo hacen sordos a tus latidos de rodillas dobladas al destino de una época volcada al egoísmo que separa, margina, olvida y después mata. Una mano en el aire se alza y la otra dentro de un viejo abrigo de mocedad libre, feliz y grata de sol y de fruta en el paraíso que apuntan tus labios ya al olvido para castigo de tu hombre esculpido por el fuego de la ira y la venganza.




Madrid, febrero de 2005.

domingo, 10 de junio de 2018

PINCEL DE LA NOCHE.








Una columna del Partenón se yergue desde las ovas del pez Tierra
hasta la mirada de mis pulmones que embrida de asombro, repta por el velo tremolante de la voluptuosa Nyx. Unos pasos y sólo sé que soy tras la fuga cruel de lo antes ido, en el vacío que dejan las sensaciones no sentidas, por el hueco roto del viento parturiento y silente que mata las amebas del profundo charco que aguan unas lágrimas de sal y llama. Es dar mi mano y no coger nada, es posarme sobre la arena y no dejar huella. ¿Acaso tú me ves? ¿Acaso me oyes? ¡Responde! Contéstame pronto que el
nanoinstante de convergencia también pasará.





Madrid, abril de 2006-

sábado, 28 de abril de 2018

MI AMIGO GORRIÓN.














Llevo varios días con el espíritu dando bandazos, como si estuviera a merced de la niebla que cubre Madrid. El caso es que he cogido entre mis manos a mi amigo Gorrión y aún le cuesta respirar. Parece que está hinchado. Hace unos días me lo encontré indefenso sobre la tierra húmeda del jardín y sin pensar me lo llevé a casa. Intenté que comiera y bebiera, que recuperara fuerzas. La primera vez picoteó algo de fruta y al verlo hacer por la vida me abrió algunas esperanzas. A la mañana siguiente le puse un poco de alpiste, pero al amigo Gorrión le seguía costando que el aire esponjara sus pulmones y sus ojos continuaban casi cerrados tras los amarillentos párpados. Seguí así durante unas mañanas y aunque el comedero parecía más vacío, Gorrión no levantaba el cuello. Hoy, después de observarlo durante un rato, lo he visto beber un poco de agua y sin embargo sigue tan encorvado como el día que me lo encontré sobre la tierra. Luego el sol ha salido un rato y he vuelto a ver a Gorrión. Algo no va bien, - me dije. Entré en la terraza y cogí a Gorrión de la jaula. Le dije algunas cosas y lo deje en el borde de una maceta. Gorrión sacudió sus alas y sin más echó a volar. El sol apareció entre la niebla y a pesar de ello no volví a ver a Gorrión.
Ahora estoy más bailarín y mi espíritu me hace más cercano a lo que siempre soy y siento. El amigo Gorrión me regaló este sosiego. Siempre las cosas más sencillas hacen que nos perdamos o nos encontremos a nosotros mismos. Lo único que yo quería era tener un amigo, pero un amigo en su mundo, sea como fuese su mundo, o mi amigo, y Gorrión no podía ser él dentro de una jaula, aunque en ella encontrará comida y bebida segura. Gorrión quería volar y sólo entonces sería él, mi amigo Gorrión. ¡Qué cosas!




Madrid, 2010.

jueves, 26 de abril de 2018

LA NOCHE MÁGICA




















Hace mucho tiempo que quise ser mayor y también con mucho tiempo intuí que jamás lo sería.
Una vez, casi la última, me dijeron que sacara mis zapatos a la ventana de mi habitación si quería que los Reyes Magos me dejaran los juguetes que días antes había pedido en una carta de
ribetes coloreados. ¡Qué tontería!, se creen que aún me chupo el dedo, - pensé. El caso es que puse en el alféizar de la ventana mis
dos zapatos junto a unos polvorones y me acosté. La luz del pasillo no se encendía y de reojo casi cerrado no dejaba de mirar la puerta. La oscuridad se me hizo muy aburrida y la espera por coger a los falsos Magos se hizo una nueva campanada. La noche se alargó más que de rutina y con su poderoso silencio me engulló en un duermevela. Nada se oía en la casa. Sin darme cuenta la modorra me robó la conciencia del tiempo, como anoche que luego de hacerme el adulto me dormí sin más. Sin embargo, igual que aquella noche de incredulidad los Reyes me dejaron un coche a pilas y un balón de fútbol, esta noche me han dejado un sueño.
Un sueño en el que me he visto desde mi niñez, en el que he estado con las personas que aún viven porque las recuerdo en mi presente, en el que he jugado por las calles sin miedo, en el que todo era contento y dicha.
La verdad es que esta mañana, al mirarme en el espejo, tenía un semblante alegre, con una sonrisa que hacía muchos días no conquistaba. Desde ahora sé que nunca seré mayor.



Madrid, seis de enero de 2010.

lunes, 23 de abril de 2018

PAISAJE Y PAISANAJE.


plano real jardin botanico de madrid




















Una mañana del mes de mayo visité el Real Jardín Botánico de Madrid. Una brisa fresca me regalaba la agradable sensación de las horas tempranas de primavera; en particular la que hace que sienta a mi espíritu con más fuerza en mi sangre y a la vez como más ligero o más limpio si se quiere. Mis andares eran tranquilos, más bien como perdidos, por los colores, los aromas y los nombres de las plantas y árboles que conjuntan el Jardín. Al cabo de un rato decidí sentarme en una de las glorietas que forman unos altos Tilos para ordenar y ampliar las notas que fui tomando. Los nombres y las procedencias que escribí me hicieron ver en cada hoja del cuaderno un mapamundi floral. Sin embargo, en el cuento que estaba escribiendo, supe que faltaba algo. Una segunda lectura de mis notas abrió la puerta a una pregunta en mi composición: ¿y a Madrid qué flora lo distinguirá? La respuesta no surgió de inmediato y con un sol más alto que los Tilos, me encaminé a la salida del Jardín con parada obligada en el bar de un amigo para disfrutar de una caña de cerveza fría con un vaso de caracoles picantones.
Ya con la segunda tapa, quise volver a mis notas, pero una de las muchas voces que oía en la terraza me dio la respuesta que minutos antes no me supe responder. Observé a la gente que me rodeaba. Todas distintas, de razas dispares y acentos diferentes.
Sin embargo todas estábamos haciendo algo parecido en un mismo lugar y a un mismo tiempo. Ante mí tenía la flora que puede caracterizar a Madrid, a este Madrid tan cambiante y tan igual en los tiempos, pues eso del madroño no forma parte de este cuento. Puse mi atención en un abuelo que hablaba de la dureza de la vida con su nieto. Sus palabras de inmediato me recordaron los paisajes de olivos que penetran en Madrid desde el sureste; olivos ordenados, cuidados. Las palabras del abuelo también eran ordenadas y cuidadosas con su nieto. Al poco, una voz ronca por recia llamó mi escucha al gritar, ¡camarero!: un vaso de vino tinto y media de jamón. Allí tenía la encina que baja desde Gredos, por el oeste, hasta el Guadarrama. Seguí mi interés y también descubrí los pinos que sujetan las tierras de Madrid con las de Segovia. Anotando las ideas en el cuaderno, un niño se me acercó pidiéndome agua, pero sin darme opción a responderle, llegó su madre y lo alejó de mí solicitándome perdón, una indulgencia que no venía al caso. Al volver mi vista al interior del cuaderno, vi los hayedos que refrescan las noches del noreste de Madrid.
Terminé mis tapas y después de despedirme del amigo, tomé la acera de siempre y me dirigí hacia mi casa. Cuando entré, mi padre estaba cuidando los geranios y los claveles del balcón.






Madrid, cuatro de mayo de 2010.

domingo, 15 de abril de 2018

UN ESCRITO.NO RUTINARIO.




Conceptual image of business woman without head and daily routine icons instead. Artificial intelligence concept Foto de archivo



Las gentes – yo mismo – hemos hecho un día con las mismas rutinas pero de maneras diferentes. Las mañanas son de luz cada vez más temprana, hasta que nos cambien las horas allá por la
primavera, son de ajetreos más o menos conocidos; las calles, el metro, los bostezos miméticos, el café con la prisa renombrada, la
oficina, la tienda o el taller, el ordenador que no va, el cambio en monedas que agota un cliente de cerezas y cofres de piratas, y el
trabajo. Hay que ver las cosas que hacemos o vemos antes de comenzar a trabajar. Luego viene la comida en el bar de siempre o cogemos el camino de nuestras casas para comer en los mismos platos de siempre. Las noticias, bueno, los sucesos, los deportes y la previsión del “tiempo”. ¡Nada que no llueve!, decimos desde nuestros campos de asfalto. Más tarde los niños que regresan del colegio con el estrés de las actividades extras y con el tiempo justo para hacer los deberes. ¿Jugar? ¡Tenéis que dormir! ¿Pero cuándo queremos que jueguen los niños si no lo hacen en su niñez? Luego llegan a la adolescencia con la idea de jugar pero con una carga de hormonas que los revientan en forma de espinillas.
El que no tiene hijos: una copa de licor, una partida de mus que si se acaba pronto se alarga con unas revanchas y si no puede ser se va uno en busca de sexo con alguien desconocido o con la pareja de otro alguien que a lo peor está trabajando o cuidando a sus propios hijos. ¡Qué más da! El hedonismo es algo con lo que se farda ante los demás, sin darnos cuenta lo que esas palabras, dichas a la ligera, nos envilece.
Y el día se va al contrario de cómo vino; con la oscuridad más adelantada y con los pies entre las sábanas, pero con la esperanza de que mañana, con la luz aún más temprana, sea diferente, a pesar de que antes de soñar sepamos que nuestras rutinas serán las mismas. ¿Y todo lo que hacemos día a día? ¿Y las gentes con las que nos cruzamos un día? ¿Somos los mismos sin el día a día, sin la gente que nos hace perder un autobús o una cola en las taquillas de un teatro?
La vida es rutina y diferente a la vez porque nosotros no somos los mismos de una mañana a otra. Un beso. Besa a quien tengas a tu lado y si estás solo te das las buenas noches en voz alta. !Que te oigas¡ Luego apaga la luz y sueña deprisa porque el gallo siempre canta, y fuerte.



Madrid, noviembre 2011

jueves, 12 de abril de 2018

CARLA Y ELLA.








Woman looking at her reflection Foto de archivo




Carla se quitó la bata y entró en el baño. El vapor de agua tocaba de misterio y de tibieza la estancia. La desnudez de Carla se bosquejó sobre el gran espejo que cubría una de las paredes. El agua salía con fuerza por la ducha. Abrió más la llave de agua fría. Carla sintió la relajación de su cuerpo pesadamente y una somnolencia se apoderó de ella hasta que, sin pensárselo dos veces, cerró la llave roja, recibiendo, entre jadeos, el agua fría que contrajo su piel hasta la rigidez, la cual, se evidenció en la forma en que sus pezones se hicieron más compactos y duros. Las gotas aún resbalaban por su fina piel cuando volvió a pasar ante el espejo, entonces decorado por la vaharina. Se fue a poner una bata, pero algo la detuvo. Se dirigió al espejo y con una toalla comenzó a limpiarlo. Su cuerpo desnudo se fue reflejando, pero entre la condensación que la enmarcaba, creyó ver algunas caras.
Impulsivamente miró hacia atrás. El toallero era el de siempre. Continuó limpiando el espejo y las caras fueron más nítidas. El susto la separó del espejo. Su desnudez estaba en primer plano y a su alrededor, en una especie de teatro oscuro, había un sin fin de miradas grotescas, lascivas, burlonas. Salió nerviosa hacia su
habitación y se cubrió con una esponjosa bata blanca. ¿Qué era aquello? ¿Por qué veía aquellas caras? Durante la noche durmió
tranquilamente, no tuvo ninguna pesadilla, su salud era plena y llevaba mucho tiempo sin preocupaciones. La vida le iba muy bien y no tenía motivo para sufrir un trastorno. Quiso entrar en el cuarto de baño, pero dudó. - Seguro que el incidente fue por el cambio brusco de la temperatura del agua, -se dijo. Se ató el cinturón de la bata y con decisión se puso frente al espejo. Era ella. Vio la blancura de su rostro. Cogió un peine y emprendió la siempre difícil tarea de desmarañarse el pelo. De repente las caras volvieron a moverse sobre el azogue. Un grito alteró su pulso y el peine cayó dentro del lavabo. Carla se quedó inmóvil al ver todas aquellas caras, tan cambiantes en gestos y de formas, cómo se
integraban, en número y en tamaño a su alrededor. Por el espejo caían venas de sangre que partían su imagen en trozos, hasta que su silueta desapareció de la ensangrentada luna. Sobre el reloj de la sangre seguían las caras como láminas de astronautas vistos de frente. La sangre dibujó el cuerpo desnudo de Carla para alboroto de sus inquisitoriales espectadores que reían y reían de manera libidinosa, carnal. Sin embargo Carla tenía la bata puesta. ¿Qué era todo aquello?
Subieron una persiana. La luz del invierno madrileño se hizo con toda la habitación sin luchar. La cama estaba revuelta. Un hombre en pijama estaba al lado de Carla. - ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?, - preguntó aturdidamente ella. – ¡Estás en mi casa y quiero que te vayas ya!, - ordenó el hombre. Carla se levantó con una resaca que la llevó a la calle inconscientemente. Cogió un taxi. Entró en su casa como un torbellino en busca de la ducha. Se miró en el amplio espejo. Todo estaba tranquilo. Dejó las ganas de bañarse para más tarde. Se hizo un zumo de naranja para acompañar el analgésico que necesitaba y se echó un rato en el sofá del salón.
¿Cómo llegó a la casa de aquél tío que no conocía? Cuando los síntomas de la resaca abandonaron su cabeza, Carla se hizo un caldito de sobre. Tomó un sorbo y se quemó. Se desnudó y pensó en llenar la bañera mientras se tomaba el consomé. Al mirarse en el espejo del cuarto de baño le pareció vislumbrar la cara del hombre que horas antes fue su amante. La taza se le cayó de las manos y el suelo se cubrió de sangre.










Madrid, febrero de 2011.

lunes, 9 de abril de 2018

DESDE UN TAXI.












¿Qué pasará tras las ventanas de esta ciudad de hormigón y cristal? Los periódicos sucumben cada mañana ante tanto caos. ¡Qué horror! Y de aquellas personas que nacen sin poder agarrarse a unas tetas que los amamanten ¿Qué? ¿Dónde están? ¡Qué perdón tan inmenso tendría que pedirles! Gentes que se mueren, se mueren y se mueren de hambre. Es una verdad como un templo de. Comienza a llover. Me gustaría no ser ONU y llevarme estas gotas de agua para empapar las tierras de barbecho eterno y ser trigo, arroz, alimento para el hambre.
Entonces me comportaría como un humano, me reconocería en la
parte del espacio original aún sin estercolar para la mente del Hombre. El individuo se abre al gran Cosmos, a la conquista de
otros planetas – no sé el por qué –, mientras aquí, a mi lado, en el susurro que escuchan mis oídos, me piden, con su último brío, una mirada compasiva y mi corazón en danza. Sin embargo continúo mirando las ventanas de esta ciudad de hormigón y cristales que se resquebrajan.




Madrid, marzo de 2004.

domingo, 11 de marzo de 2018






UN SITIO, un lugar
donde los solitarios tengamos la paz
de los elefantes libres.
Un horizonte de alma,
una libertad que deslíe
tantos prejuicios de la cociencia
que de progresista se queda
en soplo del dardo ya clavado.
Un sitio, un lugar
para la diferencia del individuo
que alerta su libertad.
Mosaico de razas
y alegato de un siento de poder
y fue medio Sol y Luna llena.
Un sitio, un lugar
que el aliento de lo humano se vuelve sordo,
inánime al tacto del sentir de la placenta,
al cerco de la banca
para el ego del otro yo que se apunta.
Mi sitio, un lugar
de persona que demanda la huella
que no sostiene lo que soy.
No hay lugar, no hay sitio
para las brasas del sentimiento
que guardamos, como enjambre de abejas,
para seguridad falsa de nosotros mismos.
No hay sitio, no hay lugar
para alegría de lágrima ajena.
Ya no hay sitio. Quizá habrá lugar
en el que anide el piar, entre los gusanos,
de los infantes dueños del mundo.
Apelo por un lugar, por un sitio
para el sitiado ser humano.



De "Poemas de tinta y aire". Noviembre de 2007.

sábado, 17 de febrero de 2018








Dentro del vientre de la noche
transcurro sin querer,
sin ser el timón del aire
que agrande mis pulmones.

Es la acera mis ojos y mis piernas,
es mi ida hasta otra mano cualquiera
a la caza del número de mi ruleta;
          hueco de la tuerca que toca,
          agujero del primer amanecer,
          delirio de la carne que del placer
          luego despinta el reencuentro hasta el asco.

Dentro del vientre de la noche
no llego, pero me siento,
miro de soberbia a soberbia,
y soy un simple de lo diferente,

Entre la masa del que cambia
no soy timón de aires ni unos pulmones,
estoy como acera nocturna,
fría, sola, asolada y quemada.
Soy, desde el vientre de una noche,
uno más que busca, desde su misma sombra,
lo que el día me rompe y arrebata.

Dentro del vientre de la noche
mi yo, vocifera y reclama
a ese otro que se me acerca y me pasa
adulterado tras el cristal blasonado del reproche.

¿Será mi sombra 
la nube que espesa el grito
que delata, en tormenta de contracciones,
el habitado vientre de la noche?

¿Qué tengo tan diferente?







Del Poemario "Palabras de tinta y aire" Noviembre de 2007.



viernes, 9 de febrero de 2018

REFLEXIÓN.

- Los motivos son algo intelectuales, 
sin embargo las pasiones son dioses
 falsos que necesitan víctimas.-






LOS PASOS ausentes, esperados
dentro de una hora
que es hábito insustancial por ser marcada,
el ver el mismo dentífrico vacío,
asomarse a un televisor de fútbol
o de Salsa Rosa,
lo quemado que no gusta de la tostada de pan
en bocas de prisas y de más prisas que agobian,
el mismo e inmóvil semáforo
de luz verde que no pasa nadie,
el sudor dentro del vagón del metro
atestado de gentes, casi impenetrable,
el empujón de otro que jamás se detiene
ante la esquina de siempre,
la cárcel de un ordenador encendido,
el sentirse dentro de un presente que se rompe
al intentar parchearlo para remediar lo irremediable;
          todos motivos que alimentan o devoran
          el orgulloso intelecto,
          todos reparos lacerantes
          de una única y común razón urticante.

Sin embargo, la posesión de aquellos pasos ausentes
tejida en ecuaciones de aire,
la necesidad nimia que, por ser,
la sabemos por engaños dados,
la imposición de un mí mismo
en el otro que se asoma a un mismo contorno,
la desesperación de un ya, en instante
de perdida, de locura y sumidero
para el credo de poderse,
la angustia de los ojos que ni vemos ni nos ven
pero que amedrentan con presentirlos,
el odio como dardo clavado en sangres
de un rostro antes de ver su boca de perdón;
          todos círculos que como fotografías
          muestran lo precario de una naturaleza simple.

El Hombre, vegetal y carne,
voraz ímpetu con alas de gorrión,
sol de delirios, de furor hueco,
fiebre a la caza de un corazón carcomido,
y sus dioses, espurios por ser momento, por absoluto,
que reclaman sus inmolados para su sostén;
         con el peso del llover
su mismo cuchillo se hace piedra y luego golpe
que rompe, aturde, desde la cresta que amanece
hasta los huesos rotos de su peso en sí;
          restos de ira arrogante.

Las fiebres, ya muertas, van recogiendo la polvareda
desierta y seca de una mirada que,
como perdida, aún espera,
los mismos pasos ausentes, ya si horas,
un atisbo que, temeroso de no sentirse,
de no creerse mar y arena,
titubea, vacila, por el temblor de su encarnadura,
desde lo más profundo
de su larga, angosta y húmeda caverna.






Del Poemario "Palabras de tinta y aire". Noviembre de 2007.

domingo, 21 de enero de 2018






RESUMEN DE "CARTA A SU PADRE" DE KAFKA.



Miedo del padre

“Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una conversación.
Franz Kafka: Carta al padre, p. 7.
Creías que era, más o menos, así: durante tu vida entera trabajaste duramente, sacrificando todo a tus hijos, en especial a mí. Por lo tanto, yo he vivido cómodamente, he tenido absoluta libertad para estudiar lo que se me dio la gana, no he tenido que preocuparme por el sustento, por nada, por lo tanto, y en cambio de eso, tú no pedías gratitud (tú conoces como agradecen los hijos) pero esperabas por lo menos algún acercamiento, alguna señal de simpatía; por el contrario, yo siempre me he apartado de ti, metido en mi cuarto, con mis libros, con amigos insensatos, con mis ideas descabelladas; jamás hablé francamente contigo, en el templo jamás me acerqué a ti, en Franzenbad no fui jamás a visitarte, tampoco he conocido el sentimiento de familia, ni me ocupé del negocio ni de tus otros asuntos, te endosé la fábrica y te abandoné luego, apoyé a Otila en su terquedad, y mientras que por ti no muevo ni un dedo (si siquiera te traigo una entrada para el teatro), no hay cosa que no haga por mis amigos.
ibid, p. 7
Todavía años más tarde me perseguía la visión aterradora de ese hombre gigantesco, mi padre, esa última instancia, que podía, casi sin motivo, venir de noche a sacarme de la cama y llevarme al balcón, a tal punto yo no era nada para él.
Aquello fue entonces solamente un breve comienzo, pero esa sensación de nulidad que con frecuencia me domina (en otro sentido, sin duda, también una sensación noble y fértil), se debe en gran parte a tu influencia.
ibid, p. 13

2. Desprecio de sí mismo

Bastaba con estar contento por cualquier causa, absorbido por ella, llegar a casa y expresarla, para que la respuesta fuese un suspiro irónico, un meneo de cabeza, un golpeteo de los dedos sobre la mesa: “Yo vi cosas mejores”, o “me conmueves con tus preocupaciones”, o “no tengo una cabeza tan descansada”, “trata de comprar algo con eso” o “qué acontecimiento”.
ibid, p. 15

Por esa razón el mundo quedó para mí dividido en tres partes: una donde vivía yo, el esclavo, bajo leyes inventadas exclusivamente para mí, y a las que, además, no sabía porqué, no podía adaptarme por entero; luego, un segundo mundo, infinitamente distinto del mío, en el que vivías tú, ocupado en gobernar, impartir órdenes y enfadarte por su incumplimiento; y, finalmente, un tercer mundo donde vivía la demás gente, feliz y libre de órdenes y de obediencia. Yo me hallaba siempre en una vergonzosa situación: o bien obedeciendo tus órdenes, lo cual implicaba una afrenta, ya que sólo tenían vigencia para mí, o bien adoptando una actitud obstinada, lo que también era ignominioso, ya que era imposible mantenerse obstinado frente a ti, o bien no podía obedecerte porque no poseía, simplemente, ni tu fuerza, ni tu apetito, ni tu habilidad, a pesar de que tu exigías eso como algo que se da por sobreentendido; y ésta era sin duda la vergüenza mayor.
ibid, p. 18
Y además, sin poder alegar nada en contrario, ya que contigo resulta imposible iniciar una conversación tranquila si no estás de acuerdo de antemano con el asunto que se tratará o, simplemente, si no parte de ti. Tu temperamento dominante no lo permite. En los últimos años eso lo explicabas atribuyéndolo a tu nerviosidad cardíaca, pero yo no puedo decir que alguna vez haya sido esencialmente distinto; cuanto más, esa nerviosidad cardíaca es para ti un pretexto para ejercer tu dominación, ya que tomarla en cuenta obliga al otro a ahogar forzosamente el último intento de contradicción.
ibid, p. 20
“Si quería escapar de ti, también debía hacerlo de la familia, y hasta de mi madre. En ella, era siempre posible encontrar protección, pero tan sólo en relación contigo. Te amaba demasiado, demasiada era su fidelidad hacia ti como para que, en la lucha del hijo, ella pudiese constituir, en forma duradera, un poder espiritual independiente. Reconocerlo fue una intuición correcta del niño, porque, a través de los años, mi madre se unió cada vez más a ti…
ibid, p. 34

4. Sensación de fracaso

Si comenzaba a hacer algo que no fuera de tu gusto y tú me amenazabas con el fracaso, el respeto por tu opinión era tan grande en mí, que el fracaso, aunque fuese mucho más tarde, era irremediable.
Perdí la confianza en mis actos. Yo era inconstante, indeciso. A medida que fui creciendo aumentó el material que podías señalar como testimonio de mi inutilidad; poco a poco, en ciertos aspectos, comenzaste a tener razón.
ibid, p. 22

5. Ineficacia del castigo

Cuántas veces tuvo que repetirse esta escena y otras semejantes, y cuán poco, en realidad, has logrado con ello. Creo que esto se debe a que el grado de ira y de enojo no parecía estar en relación correcta con el asunto; se tenía la sensación de que tu cólera no podía haber sido provocada por esa nimiedad del estar sentado lejos de la mesa, sino que existía en su entera magnitud ya desde un principio, y hubiese tomado sólo por casualidad ese preciso detalle como pretexto para su descarga. Y como uno tenía la certeza de que siempre encontrarías un pretexto y, conjuntamente, la convicción de no ser apaleado, uno no prestaba mayormente atención y se insensibilizaba además bajo la constante amenaza. Se convertía uno en una criatura huraña, desatenta, desobediente, que buscaba constantemente una forma de huída, una huída interior casi siempre. Así, tú sufrías, y sufríamos nosotros…
ibid, p. 24
También es verdad que nunca me golpeaste realmente. Pero esos gritos, ese enrojecimiento de tu rostro, ese rápido movimiento para quitarte los tiradores y colocarlos deliberadamente en el respaldo de la silla, todo eso era casi peor para mí. “Es como uno cuando va a ser ahorcado. Si realmente lo ahorcan, está muerto y todo se acabó. Pero si tiene que asistir a todos los preparativos para su ejecución y sólo cuando el nudo corredizo ya cuelga ante sus ojos se entera del indulto, es posible que quede afectado por ello durante toda su vida. Además, de tantas veces en que, según tu opinión claramente expresada, merecía yo una paliza de la que me salvaba por poco, gracias a tu perdón, sólo conseguía acumular un sentimiento de culpa todavía más grande. Desde todos los ángulos, yo
quedaba siempre culpable frente a ti.
ibid, p. 28

6. Retraimiento-Enfrentamiento (Erich Fromm)

“El resultado visible e inmediato de esta educación fue que huyera de todo lo que aún de lejos te recordase. En primer lugar, del negocio. (…)
A ti, en cambio, yo te veía gritar, insultar y rabiar en el negocio, de una manera tal que, a mi parecer de aquel entonces, no sucedía en parte alguna del mundo. Y no sólo se trataba de insultos, sino también de otras formas de tiranía. Como, por ejemplo, cuando arrojabas del mostrador, de un manotazo, mercaderías que, no querías reconocer, habías confundido con otras, y el dependiente tenía que levantarlas (sólo la inconsciencia de tu ira hubiera podido ser una pequeña excusa). O tus, palabras constantes, referidas a un dependiente tísico: “¡Que reviente, ese perro enfermo!”. A tus empleados los llamabas “enemigos pagados”, y lo eran, pero, aún antes de que lo fuesen, tú me parecías ser su “enemigo que paga”. Allí recibí también la importante lección de que tú podías ser injusto; por mí mismo no lo hubiese llegado a notar tan rápidamente…
ibid, p. 32
Acerca de Ottla, apenas si me atrevo a escribir; sé que con ello pongo en juego todas las esperanzas del resultado que espero de esta carta. En circunstancias normales, es decir, cuando no se halla en peligro ni padece ningún sufrimiento especial, tú sientes odio por ella; tú mismo me has confesado que, a tu parecer, ella te causa siempre intencionalmente sufrimientos y disgustos, y que, en tanto tú sufras por su causa, ella se sentirá satisfecha y alegre. Una especie de demonio, por lo tanto.
ibid, p. 32
“Con mayor acierto dirigías tu aversión contra mi escribir y contra todo aquello que, desconocido para ti, se relacionaba con esa actividad. Realmente, en ella me había independizado y alejado un buen trecho de ti, aun cuando la situación recuerde la de un gusano que, aplastado por un pie en su parte trasera, avanza con la parte anterior y se arrastra hacia un costado. Me sentía en cierto modo a salvo, podía respirar; la aversión que por supuesto sentías por mis escritos me resultaba, por excepción, sumamente grata. Si bien mi vanidad y mi amor propio sufrían con ese saludo, ya famoso entre nosotros, con que recibías mis libros: “¡Déjalo sobre la mesa de luz!” (casi siempre estabas jugando a los naipes cuando llegaba mi libro), en el fondo eso me agradaba, no sólo por mi maldad no saciada todavía, no sólo por el placer de esa nueva confirmación de mi concepto acerca de nuestras relaciones, sino antes que nada porque aquella fórmula me sonaba como si dijeras: “¡Ahora eres libre!” Naturalmente, se trataba de un engaño, yo no era libre, o bien, en el caso más favorable, aún no lo era. Mis escritos trataban de ti: en ellos quedaban consignadas las quejas que yo no podía presentarte a ti, en persona.
ibid, p. 32
ibid, p. 52

8. Sexualidad: impotencia, matrimonio, prostitución

“Recuerdo una noche en que salimos de paseo contigo, y con mi madre; en la Plaza Joseph, cerca de donde está hoy el Banco Länder, comencé a hablar de asuntos importantes en forma tonta, grandilocuente, con aires de superioridad, orgullo, serenidad (que no era auténtica), frialdad (que sí lo era) y tartamudeando, como era normal casi siempre que hablaba contigo; les eché en cara el haberme dejado en la ignorancia, el que unos compañeros hubieran tenido que ocuparse de mí, el haberme dejado expuesto a grandes peligros (aquí, de acuerdo con mi costumbre, mentía desvergonzadamente, a fin de mostrarme valiente, ya que debido a mi carácter miedoso no tenía una idea exacta de lo que pudieran ser “grandes peligros”), pero al final di a entender que ahora, por suerte, ya lo sabía todo, no necesitaba consejo alguno y todo estaba en orden. De cualquier manera, el motivo principal para haber comenzado a hablar era el placer que me producía tocar ese tema, luego también por curiosidad y, por último, también para vengarme de ustedes de cualquier manera y por cualquier motivo. Tú, de acuerdo con tu carácter, tomaste el asunto con suma sencillez; dijiste tan sólo, más o menos, que podías darme un consejo para que yo pudiese seguir en esas cosas sin peligro. Quizá mi propósito fuera justamente inducirte a una respuesta semejante, que se avenía muy bien con la concuspicencia de un niño bien alimentado con carne y con buenos manjares, físicamente inactivo y siempre ocupado de sí mismo, pero, no obstante, mi vergüenza exterior quedó tan herida con ella, que ya no pude, en contra de mi voluntad, seguir hablando contigo, de modo que interrumpí la conversación con altiva insolencia.
(…)
Su significado, real, que ya aquella vez se grabó en mí pero que sólo después llegué a comprender, y a medias, era el siguiente: aquello que me aconsejabas era, según tu opinión y más aún en la mía de entonces, lo más sucio posible. Tu cuidado para que no llevara, físicamente, nada de esa suciedad a casa, era asunto secundario, porque con ello únicamente te protegías tú, tú casa. Lo principal era, más bien, que permanecieras ajeno a tu consejo: un hombre casado, un hombre puro, que estaba por encima de esas cosas. Esta interpretación se agudizó más aún para mí por el hecho de que también el matrimonio me pareciese una unión indecente y, por lo tanto, me fuese imposible aplicar a mis padres aquellas generalidades de que había enterado con respecto al matrimonio. Por ello, tú resultabas todavía más puro, te elevabas más aún. La idea de que tal vez antes de tu matrimonio te hubieses dado a ti mismo un consejo semejante, me parecía por completo inconcebible. Así, no quedaba en ti ni el menor vestigio de suciedad terrena. Y eras tú, justamente, quien me empujaba a esa suciedad, como si yo estuviese destinado a ella. Si en ese momento el mundo hubiera estado formado por tú y yo (imagen que siempre estaba bastante cerca de mí), entonces la pureza del mundo finalizaba contigo, y comenzaba conmigo, por obra de tu consejo, su suciedad. Por sí solo, era en verdad incomprensible el hecho de que me sentenciaras de ese modo: sólo podía explicármelo una culpa antigua y el más profundo desprecio de tu parte. Y con ello, una vez más, estaba atrapado, y por cierto rigurosamente, en mi fuero más íntimo.
ibid, p. 56-58
“Supongo que ella se habrá puesto alguna blusa llamativa, como suelen hacerlo las judías de Praga, y acto seguido, naturalmente, te decidiste a casarte con ella. Y eso cuanto antes, dentro de una semana, mañana, hoy. Yo no te entiendo: eres un hombre grande, vives en la ciudad y no encuentras nada mejor que casarte en seguida con una cualquiera. ¿No hay otras posibilidades? Si no te atreves, yo iré contigo, personalmente.”
ibid, p. 58
¿Por qué, entonces, no me casé? Había, como siempre las hay, algunas dificultades, pero la vida consiste ciertamente en aceptarlas. La dificultad esencial, independiente por desgracia del caso en sí, era que, a ojos vista, soy espiritualmente incapaz de casarme. Esto se manifiesta en el hecho de que, desde el momento en que adopto la decisión de casarme, ya no puedo dormir, la cabeza me arde día y noche, la vida ya no es vida, y desesperado, ando tambaleándome de un lado a otro. No son en realidad las preocupaciones las que producen esto, si bien las acompañan inquietudes infinitas, surgidas de mi pesadez y pedantería, pero ellas no son lo decisivo, aunque consumen como gusanos su tarea en el cadáver; las que me derriban definitivamente son otras causas: la presión general del miedo, la debilidad, el menosprecio de mí mismo.
ibid, p. 60





Comentarios en una aula de la UCM sobre el texto de Kafka.

viernes, 19 de enero de 2018






EL CIELO es un inmenso relieve
de azul perla hasta allá,
hasta el horizonte que se me pierde
con la mar que lo levanta.
Más cerca, alguna nube de tornasol
da alas a un pajarillo que picotea
el perfil rugoso de una palmera.
Una tenue brisa derrama
sobre los ligeros plumeros
la nana que la mar canta
cuando la piel de la noche
se humedece en espumas y almohada de arena.
El cielo ya es uniforme, casi inexistente,
mientras un aroma embriagador de jazmín
me rodea con sus brazos de flores blancas,
y a los sones de unos grillos
me escapo, como última gaviota vespertina,
en busca de mi propia piel de noche.





De "Poemas de tinta y aire" . Noviembre 2007.

miércoles, 10 de enero de 2018






A UN LADO el hueco de tus esencias.
En el otro, tus huellas por recuerdo
sobre la almohada curva que muerdo;
                                   cuna vacía de tus presencias,

olas y arenas de tus esencias,
senda en la que me dejo y aún me pierdo.
¡Ahora recuerdo más tu recuerdo!
Encima, el jardín de tus delicias

floridas al calor azafranado
de tus ojos, al rocío copioso
de tus labios en néctar perfilados:
                                   ¡ambrosías y vientos de los míos!

Debajo, el mundo de piedra y cemento
que me aleja de ti y de tu almohada.








Del poemario "Palabras de tinta y aire". Noviembre de 2007.