sábado, 28 de abril de 2018

MI AMIGO GORRIÓN.














Llevo varios días con el espíritu dando bandazos, como si estuviera a merced de la niebla que cubre Madrid. El caso es que he cogido entre mis manos a mi amigo Gorrión y aún le cuesta respirar. Parece que está hinchado. Hace unos días me lo encontré indefenso sobre la tierra húmeda del jardín y sin pensar me lo llevé a casa. Intenté que comiera y bebiera, que recuperara fuerzas. La primera vez picoteó algo de fruta y al verlo hacer por la vida me abrió algunas esperanzas. A la mañana siguiente le puse un poco de alpiste, pero al amigo Gorrión le seguía costando que el aire esponjara sus pulmones y sus ojos continuaban casi cerrados tras los amarillentos párpados. Seguí así durante unas mañanas y aunque el comedero parecía más vacío, Gorrión no levantaba el cuello. Hoy, después de observarlo durante un rato, lo he visto beber un poco de agua y sin embargo sigue tan encorvado como el día que me lo encontré sobre la tierra. Luego el sol ha salido un rato y he vuelto a ver a Gorrión. Algo no va bien, - me dije. Entré en la terraza y cogí a Gorrión de la jaula. Le dije algunas cosas y lo deje en el borde de una maceta. Gorrión sacudió sus alas y sin más echó a volar. El sol apareció entre la niebla y a pesar de ello no volví a ver a Gorrión.
Ahora estoy más bailarín y mi espíritu me hace más cercano a lo que siempre soy y siento. El amigo Gorrión me regaló este sosiego. Siempre las cosas más sencillas hacen que nos perdamos o nos encontremos a nosotros mismos. Lo único que yo quería era tener un amigo, pero un amigo en su mundo, sea como fuese su mundo, o mi amigo, y Gorrión no podía ser él dentro de una jaula, aunque en ella encontrará comida y bebida segura. Gorrión quería volar y sólo entonces sería él, mi amigo Gorrión. ¡Qué cosas!




Madrid, 2010.

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