jueves, 12 de abril de 2018

CARLA Y ELLA.








Woman looking at her reflection Foto de archivo




Carla se quitó la bata y entró en el baño. El vapor de agua tocaba de misterio y de tibieza la estancia. La desnudez de Carla se bosquejó sobre el gran espejo que cubría una de las paredes. El agua salía con fuerza por la ducha. Abrió más la llave de agua fría. Carla sintió la relajación de su cuerpo pesadamente y una somnolencia se apoderó de ella hasta que, sin pensárselo dos veces, cerró la llave roja, recibiendo, entre jadeos, el agua fría que contrajo su piel hasta la rigidez, la cual, se evidenció en la forma en que sus pezones se hicieron más compactos y duros. Las gotas aún resbalaban por su fina piel cuando volvió a pasar ante el espejo, entonces decorado por la vaharina. Se fue a poner una bata, pero algo la detuvo. Se dirigió al espejo y con una toalla comenzó a limpiarlo. Su cuerpo desnudo se fue reflejando, pero entre la condensación que la enmarcaba, creyó ver algunas caras.
Impulsivamente miró hacia atrás. El toallero era el de siempre. Continuó limpiando el espejo y las caras fueron más nítidas. El susto la separó del espejo. Su desnudez estaba en primer plano y a su alrededor, en una especie de teatro oscuro, había un sin fin de miradas grotescas, lascivas, burlonas. Salió nerviosa hacia su
habitación y se cubrió con una esponjosa bata blanca. ¿Qué era aquello? ¿Por qué veía aquellas caras? Durante la noche durmió
tranquilamente, no tuvo ninguna pesadilla, su salud era plena y llevaba mucho tiempo sin preocupaciones. La vida le iba muy bien y no tenía motivo para sufrir un trastorno. Quiso entrar en el cuarto de baño, pero dudó. - Seguro que el incidente fue por el cambio brusco de la temperatura del agua, -se dijo. Se ató el cinturón de la bata y con decisión se puso frente al espejo. Era ella. Vio la blancura de su rostro. Cogió un peine y emprendió la siempre difícil tarea de desmarañarse el pelo. De repente las caras volvieron a moverse sobre el azogue. Un grito alteró su pulso y el peine cayó dentro del lavabo. Carla se quedó inmóvil al ver todas aquellas caras, tan cambiantes en gestos y de formas, cómo se
integraban, en número y en tamaño a su alrededor. Por el espejo caían venas de sangre que partían su imagen en trozos, hasta que su silueta desapareció de la ensangrentada luna. Sobre el reloj de la sangre seguían las caras como láminas de astronautas vistos de frente. La sangre dibujó el cuerpo desnudo de Carla para alboroto de sus inquisitoriales espectadores que reían y reían de manera libidinosa, carnal. Sin embargo Carla tenía la bata puesta. ¿Qué era todo aquello?
Subieron una persiana. La luz del invierno madrileño se hizo con toda la habitación sin luchar. La cama estaba revuelta. Un hombre en pijama estaba al lado de Carla. - ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?, - preguntó aturdidamente ella. – ¡Estás en mi casa y quiero que te vayas ya!, - ordenó el hombre. Carla se levantó con una resaca que la llevó a la calle inconscientemente. Cogió un taxi. Entró en su casa como un torbellino en busca de la ducha. Se miró en el amplio espejo. Todo estaba tranquilo. Dejó las ganas de bañarse para más tarde. Se hizo un zumo de naranja para acompañar el analgésico que necesitaba y se echó un rato en el sofá del salón.
¿Cómo llegó a la casa de aquél tío que no conocía? Cuando los síntomas de la resaca abandonaron su cabeza, Carla se hizo un caldito de sobre. Tomó un sorbo y se quemó. Se desnudó y pensó en llenar la bañera mientras se tomaba el consomé. Al mirarse en el espejo del cuarto de baño le pareció vislumbrar la cara del hombre que horas antes fue su amante. La taza se le cayó de las manos y el suelo se cubrió de sangre.










Madrid, febrero de 2011.

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