viernes, 9 de febrero de 2018

REFLEXIÓN.

- Los motivos son algo intelectuales, 
sin embargo las pasiones son dioses
 falsos que necesitan víctimas.-






LOS PASOS ausentes, esperados
dentro de una hora
que es hábito insustancial por ser marcada,
el ver el mismo dentífrico vacío,
asomarse a un televisor de fútbol
o de Salsa Rosa,
lo quemado que no gusta de la tostada de pan
en bocas de prisas y de más prisas que agobian,
el mismo e inmóvil semáforo
de luz verde que no pasa nadie,
el sudor dentro del vagón del metro
atestado de gentes, casi impenetrable,
el empujón de otro que jamás se detiene
ante la esquina de siempre,
la cárcel de un ordenador encendido,
el sentirse dentro de un presente que se rompe
al intentar parchearlo para remediar lo irremediable;
          todos motivos que alimentan o devoran
          el orgulloso intelecto,
          todos reparos lacerantes
          de una única y común razón urticante.

Sin embargo, la posesión de aquellos pasos ausentes
tejida en ecuaciones de aire,
la necesidad nimia que, por ser,
la sabemos por engaños dados,
la imposición de un mí mismo
en el otro que se asoma a un mismo contorno,
la desesperación de un ya, en instante
de perdida, de locura y sumidero
para el credo de poderse,
la angustia de los ojos que ni vemos ni nos ven
pero que amedrentan con presentirlos,
el odio como dardo clavado en sangres
de un rostro antes de ver su boca de perdón;
          todos círculos que como fotografías
          muestran lo precario de una naturaleza simple.

El Hombre, vegetal y carne,
voraz ímpetu con alas de gorrión,
sol de delirios, de furor hueco,
fiebre a la caza de un corazón carcomido,
y sus dioses, espurios por ser momento, por absoluto,
que reclaman sus inmolados para su sostén;
         con el peso del llover
su mismo cuchillo se hace piedra y luego golpe
que rompe, aturde, desde la cresta que amanece
hasta los huesos rotos de su peso en sí;
          restos de ira arrogante.

Las fiebres, ya muertas, van recogiendo la polvareda
desierta y seca de una mirada que,
como perdida, aún espera,
los mismos pasos ausentes, ya si horas,
un atisbo que, temeroso de no sentirse,
de no creerse mar y arena,
titubea, vacila, por el temblor de su encarnadura,
desde lo más profundo
de su larga, angosta y húmeda caverna.






Del Poemario "Palabras de tinta y aire". Noviembre de 2007.

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