martes, 11 de abril de 2017



Resultado de imagen de fotos de mujeres caribeñas




Fue una noche. Yulisa cruzó la calle con sus ojos brillantes
como antorchas. Se acercó a mis pasos y con su voz ágil y deje
caribeño me saludó. El atronador ruido de un raudo coche me
inculpó en mi silencio, dejando a Yulisa la puerta abierta de mi
sorpresa.
Semanas atrás ya había visto a Yulisa paseando por las
calles del barrio, incluso había escuchado su voz mientras
saludaba a niños y ancianos. Y es más. Una noche Yulisa y un
amigo mío entablaron una conversación. No me lo pensé y los
dejé en el local. Imagine que molestaba y me quite de en medio.
Al rato, fumando un cigarrillo en mi habitación, se me vino la
imagen de Yulisa; vivaz, alegres manos, sugerente figura, y
también con los ojos amarillentos de soledad. El puzzle que me
hice de Yulisa, sin embargo, no me cuadraba, pero pensé que cada
uno éramos como éramos y que cada cual tenía su destino más o
menos hecho, y en el destino de Yulisa yo no cabía.
Andamos unos metros. Entonces la calle estaba casi vacía y
silenciosa. Yulisa se detuvo delante de un banco. Aquello era una
señal clara para que habláramos, y sin pensarlo me atreví a
invitarla a tomar algo. Yulisa miró su reloj y con evidente apatía,
aceptó. Mientras llegábamos al bar, no dejé de preguntarme para
qué me había llamado si a la hora de propornérle ir al local más
cercano para hablar, la sentí remisa, incluso indolente. El caso es
que después de las palabras y de muchas miradas, el tiempo
volvió a galopar y sin quererlo volví a encontrarme en mi cama,
con un cigarrillo encendido y pensando en Yulisa. Aparentemente
cada uno éramos como éramos y cada cual teníamos nuestro
destino, pero Yulisa cambió el puzzle ordinario que tenía de ella
en mi cabeza y me otorgó la certeza de que era una mujer distinta
a la que yo imaginé semanas atrás.
Fue una noche. Yulisa sonreía y a mí me hizo reír con sus
alegrías llenas de fantasías, con multitud de dichos de su añorada
tierra dominicana y respetada gente mayor. Hacía mucho que no
me reía así. Entonces, sin darme cuenta y luego de entender cómo
Yulisa me miraba, salté como Pegaso al vacío y me quité el
disfraz que me encorsetaba. Desde aquella divertida y extraña
noche, cada vez que veía a Yulisa respiraba algo nuevo y sobre
todo algo que me gustaba hacer. Yulisa supo, y me obligó en un
suspiro, que por fin entendiera la sencillez de la normalidad de la
vida. Fue una noche.





Madrid, octubre de 2012.


De "Retratos de Yulisa"2013

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