domingo, 16 de abril de 2017


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Acabando el día, al subir las escaleras a oscuras hasta su casa, a Yulisa se le venían los momentos que unos pasos atrás había vivido. Entró un su habitación y se preparó para dormir. La mayoría de las veces, quizá por rutina, en su interior no bullía nada especial y la fuerza de la costumbre ahogaba toda intención de rememorar la tarde de gestos y miradas, el calor de una cena o el roce de un inocente beso, ya que muchas veces sus ilusiones se quedaron en nada. No quería otra nueva decepción.
Sin embargo una noche, luego de apagar su ordenador y al rato de intentar dormir, se sorprendió al sentir que algunas ternuras la arropaban sin darse cuenta. -¿Al fin la vida de una emigrante latina le estaba dando una tregua? ¿Sería posible que alguien la valorara como persona antes que verla sólo como mujer? Su experiencia le decía que no, pero una pequeña brisa abría parte de su corazón dándole un horizonte de esperanza. El caso es que no podía dormir. Yulisa cogió su Biblia, leyó unos salmos y después de encomendarse a Dios, volvió a embozarse en la cama, suspiró y se dijo que el tiempo sería su aliado.
La mañana hizo que entrara en la vida de todos los días, sin más, y todo parecía ser lo mismo. De camino al mercado, su móvil sonó y unos pasos más adelante Yulisa cambió de semblante y el cielo le parecía más azul, sin ninguna nubecilla que opacara el sol que tanto le gustaba. El hombre que dos manzanas antes la llamó, le dio las gracias por pasear y compartir su conversación la noche anterior y que si no tenía inconveniente le gustaría volver a repetir el encuentro. Aquellas palabras a Yulisa le sonaron de distinta forma. Un tono más respetuoso y trato agradable. ¡Le había dado las gracias por el paseo! Eso era nuevo. – Ya te llamó yo, - respondió Yulisa. El tiempo y estas líneas dirán si cumplió con lo dicho.



Madrid, 10 de noviembre de 2011.





De "Ratratos de Yulisa" 2012.

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