sábado, 22 de abril de 2017





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Una noche, después de hablar con Yulisa en el banco de siempre, decidí dar un paseo. Las palabras de Yulisa me producían una sensación de angustia, de frustración si se quiere.
Yulisa tenía necesidad de liberarse de todas las experiencias que tanto daño le hicieron, pero al mismo tiempo su desconfianza aún era más fuerte que el fuego que le quemaba sus entrañas. De vez en cuando la provocaba para que se vaciara de todas las bilis que corría por su persona, con la esperanza de que le pesara menos su tristeza y que poco a poco tomara la confianza que en un día lejano, pero con fecha indeleble, perdió en su vida y en la cercanía de los demás. Sin embargo Yulisa seguía atrapada en su dolor y su olvido no dejaba de olvidarse de lo que tendría que postergar casi para siempre si es que quería caminar por la senda de un nuevo escenario al que tenía que pintar ella misma.
Al compás de mis pasos, seguí preguntarme de qué manera podía echar una mano a Yulisa, a esa Yulisa que seguía atrapada en su dolor y que de forma evidente pedía ayuda para salir del suplicio personal que la envenenaba y no la dejaba ser ella misma.
La noche aún era fría, tanto como el gélido sentimiento que me seguía entumeciendo al recordar las historias de Yulisa. Un poco antes de llegar a mi portal, miré a la ventana de la casa de Yulisa. Las luces estaban apagadas. Al abrir la puerta del zaguán, me sentí más seguro. Estaba en casa. ¿Será que Yulisa lo que busca es seguridad, sentir el calor de un hogar más allá de cualquier otra cosa?

Madrid, mayo de 2012.



De "Retratos de Yulisa" 2012

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