martes, 2 de mayo de 2017


Resultado de imagen de fotos de madre e hijos mirando al cielo













La algarabía de la fiesta de Lisa se diluyó como la luz del Sol, aunque a lo lejos, en el jardín, todavía se oían las risas y las voces de las niñas jugando. Yulisa, luego de recoger vasos y platos, ordenó el mapa de la casa y de forma cansada, pero grata, cogió una silla y se sentó frete a su casa. Los ojos de Yulisa brillaban como casi siempre, pero esa noche lo hacían por el regocijo que sentía al estar con su familia.
Un aire preñado de aromas besaba la cara de Yulisa y ésta lo respiraba tranquila y gustosamente. Aquella paz que Yulisa sentía le abrió un pensamiento de melancolía, quizá por la distancia a la que quería ir, del que no sabía si salirse o si dejarse llevar, pues
sentimentalmente sentía que ella aún era un rompecabezas. El sueño hacia por Yulisa, pero todavía debía esperar a sus hijas para acostarlas y darles el beso de buenas noches que, durante un año pasado, tatas veces se convirtió en lagrimas tragadas a soplos de impotencia y soledad, de necesidad de los suyos en un país extranjero. Pero Yulisa, impulsada por el recuerdo que sentía en una pequeña parte de su corazón, cogió el móvil y mandó un mensaje: - La fiesta bien. Con mi familia junta después de tanto
tiempo. Estoy contenta. Yo me duermo. Besos. Te echo de menos.
El cansancio de los juegos trajo a las niñas en busca de su madre para que las acostara. Yulisa, con sus niñas a ambos lados, cerró los ojos y esperó a que su peso huyera de sí misma. Quizá hubiera querido que su añoranza no la acompañara entonces, ya que en su interior deseaba que el destinatario del mensaje estuviera allí, en su casa, arropando a sus hijas con las últimas palabras de un cuento y a ella con esos besos que mandó desde la sensualidad del aire de su tierra, de su aire más que nunca, y que la amaba por naturaleza.



Madrid, 22 de septiembre de 2012.







De "Relatos de Yulisa". 2012


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