miércoles, 17 de mayo de 2017


Resultado de imagen de fotos de una madre triste











El desasosiego de Yulisa era evidente. Después de varias horas en la cola del Registro Civil, bajo una gélida niebla, la farragosa burocracia para poner en orden sus papeles acabaron por quitarle la ilusión de seguir en España. Con el frío coagulando su sangre entró en un bar. Sola, con un café con leche y un bollo, pensaba en su futuro, algo que no era oportuno pues, con las fuerzas en sus pies helados, la desesperanza se adueño de ella y sentía que su esfuerzo no valía la pena prolongarlo. Con el cuerpo un poco más hecho a la baja temperatura, salió del bar y se dirigió de regreso a su trabajo. En el metro, una pareja de emigrantes discutían de manera vehemente. Los gritos de la discusión eran los protagonistas para los usuarios de vagón. De repente, de detrás de la pareja apareció un niño de unos dos años. El chaval se escondía entre las piernas de los padres con evidente gesto de susto. Yulisa se acercó a él y comenzó a hablarle con dulzura a la vez que le hacía alguna que otra carantoña. Los padres seguían discutiendo como si nada. Yulisa cogió al niño y lo sentó sobre sus piernas. Los padres la miraron con desafío y cogieron a su hijo. El pequeño comenzó a llorar. La estación de Yulisa era la próxima. Al salir del vagón le dijo; ¡adiós bonito! ¡Qué cara más linda!
Una vez en la calle, lo que había visto en el vagón de metro le recordó tiempos pasados de su vida; - ¡Qué horror Dios mío!, -pensó. Al hablar consigo misma, se preguntó si el sacrificio que ella estaba haciendo tenía sentido a pesar de todos los sinsabores que había pasado y que tendría que pasar. No quería que sus hijos se volvieran a sentir en un ambiente desestructurado y violento, aunque para conseguirlo tuviera que estar separada de sus
vástagos el tiempo que hiciera falta.
Después de hacer las faenas de su trabajo, sacó de su bolso todos los papeles que tenía que gestionar para regular su situación y la de sus hijos es España. Los leyó despacio y en una libreta fue apuntando qué trámite iba antes que otro para no perder tiempo ni dinero. Al terminar de rellenar algunos impresos se limitó a que
las horas pasaran, por la deferencia horaria, para llamar a casa de
su madre y poder hablar con sus hijos.
Yulisa salió del locutorio con los ojos vidriosos: - es el frío
de Madrid, - me dijo. El disimulo no coló. Bajó la mirada y con
un pañuelo se limpió la nariz. El frío apretaba y el día había sido
muy largo para Yulisa. – Me subo y me duermo pronto. Estoy
cansada,- aseveró sin más. A la mañana siguiente la fiebre y una
fuerte afonía no la dejaron hablar. Pasarían tres días hasta que la
volví a ver.




Madrid, noviembre de 2012.





De "Relatos de Yulisa" 2012

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