jueves, 3 de enero de 2019

EL ÚLTIMO REGALO DE REYES DE MI PADRE..



En las personas, con los años, la añoranza se nos mete por la piel como los rayos de sol en primavera. El tiempo, inexorable para
las gentes por la consciencia de él, nos regala o nos castiga de forma arbitraria y sorpresiva, si no la historia de cada uno sería demasiado aburrida. Y así un día de apellido especial, ése en el que los sueños de juegos apenas nos dejaba modorros a primera hora de la noche, recordé esbozos de mi niñez compartida con mis hermanos. Pero como dije, el tiempo nos sorprende y en mí se alzó la aventura desde la voz de mi padre.
-¡Niño!, voy a hacer picatostes. ¿Tú vas va querer alguno?
Sin pensármelo dos veces fui con mi padre y en la cocina lo vi
con el lío de la sartén, el aceite y el pan.
-Niño, esto me recuerda cuando yo era un chiquillo.
Mientras esperábamos que el aceite hirviera, mi padre cogió un
plato y lo medianó de agua, para luego echarle un poco de sal.
-¡Jo!, se me está haciendo la boca agua.
Él recordaba, a través de los hechos y los sabores que siempre nos acompañan, a sus padres, a sus hermanos y demás familia de su ya lejana infancia.
Saboreamos, picatoste a picatoste bañados en agua sal. Desde aquél desayuno del día de los Reyes Magos y después de compartir ese momento con mi padre, me rendí, una vez más, ante la evidencia que siempre negamos, por hacernos maduros y consecuentes, de que los Reyes Magos también regalan sus encantos extraordinarios a los escépticos o relativistas, que tanto están en boga, a plena luz de día.




Madrid, enero de 2012.

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