Dentro de un jarrón sin flores
el corazón me gotea, espina a espina, por los libros de hojas rojas que se
cierran sin haber puesto la contraportada. A la vejez se la quema como un
periódico en una hoguera, sin leerlo, inconscientes de las historias que llevan
impresas. A la vejez, inmenso remanso de la sabiduría humana, se la seca con el
Terral del relativismo, se la encarcela en el inconsciente egoísta del hoy, de
lo que vende. ¡Qué gran equivocación!La vejez es el espejo en el que
la juventud debe mirarse, el agua necesaria para regar su existencia, la
pradera, que pareciendo muy lejana, debe alcanzar paso a paso. Debe ser la cima
que se sabe que está al fondo del valle por recorrer, es la rama de olivo donde
colgar las dudas, la cicatriz por la que nos definimos como humanos.
En estos días de jarrón sin
flores, de calles sin personas, de pasos cortos en derredor de sillones, de
mesas, parece saltar, como un saltamontes escondido detrás de una mata usual,
reflexiones que nos parecen nuevas por inhabituales. ¡Qué va! La vuelta atrás –
es lo que significa reflexión- siempre
ha estado ahí, como el muro que delimita nuestro camino, y por ello mismo pasa
desapercibido. El mundo siempre ha girado a la misma velocidad y sin embargo,
el día, el ahora, se quiere, se exige en el instante, con rapidez, si no ya no
vale. El poeta Horacio dijo “carpe diem”, es decir, “aprovecha el día”. Claro
que tenemos que tomar el día, pero para saborearlo, para crearnos en él, para
compartirlo con mil sensaciones, con millones de sueños, desde que vemos
encender su antorcha hasta soplarla para acogernos al descanso del guerrero,
esperando volver a palpitar con el encendido de un nuevo "carpe diem”. Y
eso, repetido unas decenas de miles de veces es la vejez.
A lo largo de la historia los
pueblos se unían en contra del invasor, como hace nuestro cuerpo para echar a
cualquier patógeno. Ahora, dentro de lo que se ha llamado la Globalización, la
humanidad se une al verse en peligro, al sentir el miedo por su existencia. ¿De
verdad que sólo vamos a mirar al otro, sin los prejuicios de razas, de
religiones o de clases que sólo existen en nuestro imaginario de soberbia,
cuando intuimos que el final de todo lo tenemos ante nuestros ojos? Volvamos
atrás, reflexionemos.
Miguel Delibes, en su novela
“La hoja roja”, relata la vida de unas personas
que después de años de trabajo pasan a la jubilación. Respetemos las
manos callosas de nuestros padres, las decenas de arrugas de nuestros abuelos,
que no son otra cosa que las pirámides y los caminos de la sabiduría humana. No
dejemos a los que han caminado hasta el lago de la vejez en mitad de una calle
solitaria al albur del viento de la displicencia, del relativismo y del egoísmo
devorador en el que nos miramos. Volvamos atrás. Seamos por unos instantes
ayeres. Reflexionemos.
Madrid, 10 de abril de 2020.
Excelente crónica y mejor reflexión.
ResponderEliminarPreciosa reflexión.
ResponderEliminarParadoja existencial: necesitamos una vida para aprender y cuando ya hemos aprendido... nos quedamos sin tiempo.
Un abrazo