SOBRE EL CONCIERTO DE TORRELODONES EN EL XXV ANIVERSARIO DEL LITOSPACIO DEL ESCULTOR JUAN MORAL MORAL.
Hace unos días tuve la oportunidad de
asistir a un concierto del pianista Pablo Peláez. La experiencia fue
emocionante y sugerente. Emocionante por el pulso de las notas que, como
mariposas en la ya tardía primavera, volaban del piano de forma suave,
tranquila hacia mi espíritu y liberarlo de una realidad que cambió de la
rigidez diaria a lo ingrávido de la armonía, en este caso, por la emoción en sí
misma o por la necesidad de ella. Y de inmediato sentí como la serie de notas
me bañaban de placidez, de sentirme dentro de ellas, alejándome en un columpio
de melodías de la orilla del escenario, de las arenas del asiento.
También fue sugerente porque con cada
composición que Pablo acariciaba sobre su piano, me encontré con el impulso de
su creación. Un impulso de mano fuerte y segura, de pentagramas solitarios que
hay que acompañar, de gestos mudos antes de escribirlos en una nota, del
desespero que anda entre la soledad del piano sin manos y el tic del oído que
afina. Una creatividad tan dura y fructífera como el olivo es lo que Pablo
demostró al regalarme varias de sus composiciones que, en mi fantasía aducida
por su música, me llevó de la mitología griega; fuego, agua, tierra, aire, a un
paseo por la naturaleza ahora viva y esplendorosa.
Con estas palabras quiero decir que
el creador y pianista Pablo Peláez, en su concierto del 20 de octubre, me
sorprendió y emocionó, siendo ambas cosas a la vez el gran milagro de cualquier
artista.
Desde estas palabras mi enhorabuena Pablo
Peláez.
Madrid, 28 de octubre
de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario