miércoles, 9 de noviembre de 2016





SOBRE EL CONCIERTO DE TORRELODONES EN EL XXV ANIVERSARIO DEL LITOSPACIO DEL ESCULTOR JUAN MORAL MORAL.



Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a un concierto del pianista Pablo Peláez. La experiencia fue emocionante y sugerente. Emocionante por el pulso de las notas que, como mariposas en la ya tardía primavera, volaban del piano de forma suave, tranquila hacia mi espíritu y liberarlo de una realidad que cambió de la rigidez diaria a lo ingrávido de la armonía, en este caso, por la emoción en sí misma o por la necesidad de ella. Y de inmediato sentí como la serie de notas me bañaban de placidez, de sentirme dentro de ellas, alejándome en un columpio de melodías de la orilla del escenario, de las arenas del asiento.
También fue sugerente porque con cada composición que Pablo acariciaba sobre su piano, me encontré con el impulso de su creación. Un impulso de mano fuerte y segura, de pentagramas solitarios que hay que acompañar, de gestos mudos antes de escribirlos en una nota, del desespero que anda entre la soledad del piano sin manos y el tic del oído que afina. Una creatividad tan dura y fructífera como el olivo es lo que Pablo demostró al regalarme varias de sus composiciones que, en mi fantasía aducida por su música, me llevó de la mitología griega; fuego, agua, tierra, aire, a un paseo por la naturaleza ahora viva y esplendorosa.
Con estas palabras quiero decir que el creador y pianista Pablo Peláez, en su concierto del 20 de octubre, me sorprendió y emocionó, siendo ambas cosas a la vez el gran milagro de cualquier artista.
Desde estas palabras mi enhorabuena Pablo Peláez.



Madrid, 28 de octubre de 2016.

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